Diana regresó de Colombia en pandemia: «No le recomiendo a nadie emigrar»

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«Cuando vi el letrero de Santa Teresa-Charallave-Ocumare, empecé a llorar. Unos guardias se bajaron y me ayudaron con los bolsos y a pedir cola hasta la entrada de La Raiza, prácticamente en mi casa. Llegué el sábado a las 4:00 p.m. Lo primero que hice fue soltar las maletas, desvestirme y llorar. Darle gracias a Dios y contarle todo lo que pasé a mi hermana»

Por Anaísa Rodríguez / El Cooperante

Organismos internacionales alertan a diario sobre la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran miles de refugiados y migrantes venezolanos en América Latina y el Caribe. Eduardo Stein, representante especial de Acnur-OIM advirtió en junio que «el éxodo de Venezuela parece no tener fin, así que existe la posibilidad de que se convierta en una crisis olvidada». Más de 5,6 millones de personas han salido de Venezuela durante los últimos años. En su desesperación por «huir» de la crisis, Diana Ochoa abandonó el país en marzo con rumbo a Colombia para conseguir un mejor trabajo, pero lo que vivió, dice, «fue horrible», llegando al extremo de prostituirse. Regresó desilusionada un mes después. Sin tapujos, asegura que prefiere vivir en Venezuela que «estar pasando roncha afuera».

Diana tiene 30 años y en enero de 2021, en plena pandemia por COVID-19 se obsesionó con la idea de salir del país. Sentía que no tenía oportunidades en Venezuela y decidió dejar su casa en Los Valles del Tuy donde vive con su hermana e ir a probar suerte a Colombia. En conversaciones telefónicas con amigos y conocidos que están fuera del país, Diana les pedía consejos y ayuda. Pero hoy sabe que no se puede confiar en todo el que dice ser tu amigo.

«Los más allegados me decían ¡vente!, ¡aquí vemos cómo hacemos!, ¡vente!, cuentas conmigo, aquí sobrevivimos, ¡vente! esto es otra cosa; ¡vente¡ una amiga llegó con 120 dólares o ¡vente! que aquí estarás mejor… Otras me decían que todo estaba difícil, que no me podían recibir y hasta me decían que querían regresar a Venezuela pero les daba miedo volver y que preferían estar pasando roncha afuera», comentó vía telefónica en entrevista concedida a El Cooperante.

A mediados de marzo, le tomó la palabra a uno de sus amigos y empezó con el plan para irse a Bogotá, Colombia. Vendió su teléfono celular con línea incluida y pidió colaboración a algunos familiares. Diana solo pensaba en los más de cinco millones de venezolanos que han salido y creía que ella también iba a poder. «Si él pudo, yo también puedo porque en Venezuela no hay vida, no vuelvo más», dijo en ese entonces.

Partió de su hogar el 16 de marzo, un martes. Debido a la pandemia, Diana sabía que el paso hacia Colombia estaba cerrado por San Cristóbal y debía agarrar la ruta de Apure, tomar una camioneta y cruzar el río Arauca. Se fue pidiendo cola hasta Barinas, pero para poder llegar más rápido le ofreció dinero a efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) para que estos pararan los carros y le consiguieran el «aventón». Ofreció 10 dólares para que le facilitaran alguien que la trasladara desde Barinas hasta Apure. Diana no era la única: muchos piden colas en las alcabalas, incluso policías y militares que viven en otros estados hacen eso para ahorrar su pasaje.

Una teniente del Ejército le dio la cola hasta Barinas en una comisión de la GNB y «hasta me brindaron comida por el camino». Así llegó a Barinas. La camioneta hasta el río le costó 1 dólar y la misma cantidad pagó para cruzar en la lancha. Al llegar al terminal de autobuses tomó una unidad que la llevó hasta Bogotá por 120 mil pesos colombianos. Su meta era ahorrar lo que pudiera.

No era lo que pensaba
Cuando Diana estaba buscando quién la recibiera en Colombia se inclinó por uno de sus «panas», a quien hace tiempo había ayudado mucho en Caracas. Él tenía cuatro años fuera del país, pero ella no se imaginaba la sorpresa que se llevaría semanas después y en lo que el hombre se había convertido.

«Él me dijo vente que cuentas conmigo, aquí resolvemos, yo estoy tatuando, poniendo piercings y te puedo ayudar y tú a mí si hacemos un equipo. Yo vivo solo, pero también está mi mamá, mi hermano y su novia. Vente que estaremos bien».

El día que Diana llegó a Bogotá se impresionó con lo limpia que es la ciudad: todo en orden, pantallas gigantes y muchos negocios, describió. Tomó un taxi hasta Santa Fe, calle 21-26. Tras saludar, agradeció a Dios por llevarla con bien. La mamá de su amigo la recibió y le contaron cómo se maneja todo en Colombia. Pero con el paso de los días, Diana vivió una pesadilla que nunca imaginó.

«Mi amigo robaba a su mamá, no pagaba la renta, estaba perdido en las drogas, cambiaba su trabajo -tatuajes- por droga», lamentó. «Tenía que dormir con el dinero en los senos y estar pendiente de que no me robara a mí».

Debido a esto, Diana se fue a donde la mamá de su amigo y le pidió trabajo en su restaurante, pero solo duró una semana ya que por 25 mil pesos trabajaba de 5:00 p.m. a 4:00 a.m., tenía que fregar los platos, atender las mesas, cobrar, anotar pedidos, embolsar el delivery, limpiar los baños, la cocina y el piso. En menos de un mes, Diana tuvo cinco formas de sobrevivir.

Al dejar el local empezó a hacer tortas para venderlas en la calle, pero esto no fue nada fácil.

«Me trataban mal, me ignoraban por mi acento, la mayoría de los que me compraban eran hombres, pero solo para echarme los perros. De tanto caminar ofreciendo las tortas me enfermé por el frío que hace allá. Pasé tres días en cama, no podía ni levantarme, nadie me ofreció ni una pastilla», reprochó. «De paso, en la casa donde me estaba quedando me veían mal y me dijeron que para el otro mes tenía que pagar alquiler, la visita hiede al tercer día, lo peor de todo es que mi supuesto amigo nunca me ayudó, solo vivía para drogarse».

Todo empeoró por la pandemia. Diana se dio cuenta de que nada era barato cómo le habían dicho. Tenía que pagar 350 mil pesos de alquiler, comida y productos de aseo personal. Así decidió que volvería a Venezuela porque era peor estar lejos de su familia en esa situación.

Sin salida
Tras probar suerte con las tortas, Diana llegó a pedir dinero en la calle y en el transporte público. En Bogotá le llaman «charlear». Pero el desespero por comer y mantenerse unos días para poder regresar a Venezuela, la llevó a prostituirse.

«Me fui a prostituir con la novia del hermano de mi amigo, eso fue un martes, pero no me fue bien porque la plaza está tomada, la gente tiene sus clientes. Van por días, tienen sus hoteles y sus locales donde bailan, es como si tuvieran ya una relación con las prostitutas», expresó. «Todas las mujeres que se quieran prostituir en Bogotá lo pueden hacer, no hay nada que te lo impida, hay mujeres gordas, flacas, bonitas, feas, arregladas. Están en todas las esquinas. También hay hombres. Nadie les dice que se retiren, ni siquiera la policía. Pero los que más terreno tienen son los transexuales», precisó.

Esto solo duro un día, no tuvo suerte.

«Pusieron cuarentena estricta y nadie podía salir. Pero si algún hombre me hubiese seleccionado ese día podría haber cobrado 40 mil pesos por un rato, con 8 mil pesos pagaba la habitación y el condón y 32 mil pesos me quedaban a mí. Pero eso nunca pasó porque todo estaba tomado, los hombres que iban tenían sus prostitutas».

En este punto, Diana tenía otra razón para regresar a su casa.

«Sales y ves a la gente oliendo pega, fumando e inyectándose. Las putas sentadas en la puerta de la casa donde me quedaba. Estas cosas la gente no las cuenta, en redes sociales todo es bonito, un faranduleo, pero viven de colaboraciones, de vender caramelos. De saber eso nunca hubiera salido de mi país porque esas cosas no se ven en Venezuela», aseveró. «Decidí regresar al día siguiente».

Volver con lo que tenía
El miércoles 14 de abril, Diana pensó que era suficiente. Arregló sus cosas y salió de Santa Fe con 165 mil pesos, unos 50 dólares-. Eran las 8:00 p.m. cuando se despidió de la familia que la recibió hace menos de un mes. Había comprado una «chaza», una especie de carrito de supermercado, para llevar todas sus pertenencias.

«Esa noche tomé el Transmilenio que es como un Bus Caracas mejorado. Llegué al terminal parta tomar un carro hasta Arauca. Tenía unos 70 mil pesos aparte por cualquier cosa, más los 50 dólares. El pasaje costaba 160 mil pesos, así que me iba a quedar sin casi nada. Pedí colaboración, pero nadie me ayudó. Pasaron dos horas y el taquillero al verme triste, me dijo que tomara un bus que estaba saliendo a Yopal, el boleto costaba 80 mil pesos y podía adelantar camino. Me dejó el pasaje en 70 mil pesos».

En ese momento, Diana estaba desesperanzada, tomó la chaza y se montó en el autobús y solo oraba para que le fuera bien en el camino.

«No paraba de orar y llorar, solo quería estar en mi casa. Le pedía a Dios que me llevara sana y salva, pedí perdón por todo», confesó.

Al estar en Yopal -municipio colombiano, capital de Casanare-, Diana se asesoró para cambiar los 50 dólares y poder comprar el pasaje para Arauca. Espero durante horas sin comer nada, sin poder comunicarse con su familia.

Mientras esperaba que abriera la casa de cambio, vendió la chaza para poder tener dinero. La vendió en un local y con eso pudo comer, alquiló una habitación por unas horas, se bañó, compró algunas cosas de aseo personal y en la noche pagó un taxi hasta el terminal. El pasaje le costó 90 mil pesos, solo le quedaban 40 mil.

«Llegué a Arauca muy temprano, conocí a dos señores mayores y pagamos el taxi entre los tres. Me di cuenta de que el río estaba crecido, cruzamos y todo estaba cambiado. No había pasado un mes y todo se veía diferente. Unos guardias intentaron estafarme para quitarme dinero. Me decían que sabía que lo que estaba haciendo estaba mal y que tenía que dejar una colaboración de 10 mil pesos porque si no me iban a desarreglar la maleta».

Tuvo que dárselos y solo le quedaron 20 mil pesos y uno de los señores que conoció le regaló 10 mil pesos y le pagó el pasaje hasta Guasdualito.

«Llegamos a Guasdualito (Apure) y gracias a Dios el señor se convirtió en un ángel. Nos acompañamos los tres. En el terminal todo era una locura, no había carro para Caracas, sino para Barinas y Barquisimeto. Tomé el de Barinas y el señor me acompañó en todo momento, yo ya no tenía ni medio. Me brindó comida, fue un ángel que me puso Dios», agradeció.

Al estar en Barinas, el señor que la acompañaba le dio 20 dólares a un GNB para que le consiguieran una cola hasta Caracas. Pero fueron engañados.

«Le quitaron los 20 dólares, pero nos llevaron hasta Barinitas, perdió su dinero. Era de noche y no había carro y estaba lloviendo, tuvimos que refugiarnos en un kiosko y pasar allí la noche. Al amanecer, el señor me levantó para seguir pidiendo cola. Estábamos desesperados, solo queríamos llegar a nuestra casa», recordó.

Un autobús ejecutivo se paró en medio de la carretera y el señor -nuevamente- le ayudó, pagó 20 dólares por los dos. Le dijo al chofer que la dejara en los Valles del Tuy. Finalmente estaba cerca de su casa.

«Cuando vi el letrero de Santa Teresa-Charallave-Ocumare, empecé a llorar. Unos guardias se bajaron y me ayudaron con los bolsos y a pedir cola hasta la entrada de La Raiza, prácticamente en mi casa. Llegué el sábado a las 4:00 p.m. Me recibió mi hermana y lo primero que hice fue soltar las maletas, desvestirme y llorar. Darle gracias a Dios y contarle todo lo que pasé a mi hermana».

Después de lo que vivió, Diana aseguró que no vale la pena salir de Venezuela -al menos en este momento- a probar suerte porque todos los países han sido afectados por la pandemia y no hay oportunidades reales de un mejor futuro.

«Salir no es fácil. Hay que pagar alquiler, comida, servicios. Sufrir humillaciones, malos tratos y malas experiencias. Es una enseñanza de vida, pero no estás en tu país. Si tienes un accidente o te enfermas nadie te atenderá. Les digo que no confíen en lo que les cuentan, la mayoría afuera está sobreviviendo. Todo ese dinero con el que van a viajar pueden invertirlo en un emprendimiento que seguro apoyarán sus amigos y familiares. Sí se puede porque Venezuela es Venezuela», dijo a modo de reflexión.

Tras regresar al país, Diana decidió emprender un negocio junto a su hermana. Venden ropa y accesorios para damas en Instagram @deusshopp, donde ya tiene 15 mil seguidores.