El referéndum de diciembre

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“En lo personal, creo que está diseñado para provocar una conmoción internacional, despertar una onda nacionalista en Venezuela y salvar de alguna manera el escollo de las elecciones presidenciales de 2024. Logrado eso, que al Esequibo se lo lleve el diablo”.

Con Informacion de La Nueva Aldea

No el convocado por Maduro para el 3 de este año 2023, me refiero al celebrado el 15 de diciembre de 1957, más conocido como “el plebiscito de Pérez Jiménez”. Aparte de coincidir en el mes de su realización, también debía celebrarse bajo circunstancias políticas bastante similares a las del presente: una dictadura que confronta la posibilidad cierta de su terminación por vía electoral aunque pretende mantenerse aferrada al poder. Para Marcos Pérez Jiménez, la necesidad de ir a las urnas emanaba de la Constitución -que aunque hecha por él a su medida, establecía ese requisito formal, si quería, como en efecto, continuar como presidente hasta 1963.

Aquella era otra Venezuela y, por lo menos en lo económico, el candidato-dictador disfrutaba cierta comodidad. Tenía unos ingresos petroleros enormes, vivía en medio de un boom, con obras públicas monumentales, dólares en abundancia y contaba con un flujo elevadísimo de inmigrantes (de EspañaItalia y Portugal, principalmente) que le daba prestigio internacional. En lo político, Pérez Jiménez no parecía estar apretado. Las Fuerzas Armadas estaban amalgamadas con su dictadura, aunque, como se sabe, siempre lo están hasta que dejan de estarlo. Disponía de un aparato represivo eficaz y despiadado, encabezado por la Seguridad Nacional de Pedro Estrada, y sus adversarios políticos estaban presos, en el exilio o muertos. La peor amenaza era que esa oposición, precisamente por la inminencia de esas elecciones, se había unido y comenzado a coordinar sus acciones.

“Consta de cinco preguntas que son confusas y tienen un propósito, por lo menos en lo que respecta a la reclamación del Esequibo, absolutamente inútil”

Pérez Jiménez pudo haberle dado una patada a la mesa y decir que elecciones ni de vaina, pero entendió que su mejor opción era manipular la Constitución y guardar las apariencias democráticas (cuestión por la que todos los dictadores de la historia tienen verdadera debilidad, a pesar de que suele irles mal). Eso sí, igual que Nicolás Maduro, en vez de convocarlas libres, universales y secretas, como estaban normadas por el texto constitucional, optó por una especie de gambito perverso: un referéndum o plebiscito, como se le llamó, sobre su gobierno.

A diferencia del que Maduro tiene montado para el próximo 3, se decidió formular una sola pregunta, que estaba implícita en la Ley de Elecciones aprobada un mes antes: “… determinar si se está de acuerdo con las ejecutorias del régimen y, por consiguiente, si se considera que la persona que ha ejercido la Presidencia de la República en este período, debe ser reelegida”. Con las trampas de rigor y sin la participación de la oposición democrática, la pregunta y finalidad del referéndum estaban claras: Pérez Jiménez se hacía reelegir para continuar la dictadura.

Los resultados fueron fantásticos para la tiranía, alrededor del 72%, de más de tres millones doscientos mil electores registrados, votó sí y, para terminar de maquillar las cifras, sólo un 20% votó no. Lo imprevisto e indeseable fueron las consecuencias que no tardaron en presentarse. Apenas dos semanas después, el día de Año Nuevo de 1958, ugrupo de la aviación militar bombardeó Miraflores y el 23 de enero la dictadura fue derrocada por el pueblo y las Fuerzas Armadas de Venezuela. Nada más cierto aquello de que las elecciones, aunque sean amañadas, siempre son inciertas.

Este referéndum de Maduro es otra cosa. Consta de cinco preguntas que son confusas y tienen un propósito, por lo menos en lo que respecta a la reclamación del Esequibo, absolutamente inútil. Tanto como ir al médico por una demanda de divorcio interpuesta por el cónyuge. Solo un tonto haría eso y Maduro y sus secuaces no lo son. Habría que pensar entonces que la intención de la consulta es otra. En lo personal, creo que está diseñado para causar una conmoción internacional, despertar una onda nacionalista en Venezuela y salvar de alguna manera el escollo de las elecciones presidenciales de 2024. Logrado eso, que al Esequibo se lo lleve el diablo. Nada nuevo porque, en fin de cuentas, esa ha sido su actitud a lo largo de veintitantos años con Venezuela, zona en reclamación incluida.

Y el diablo se lo va a llevar, porque la verdad, redonda como la Luna (como tanto le gustó a Maduro la noche de su unción en cadena nacional), es que si el lunes 8 de abril de 2024, Venezuela no comparece ante la Corte Internacional de Justicia para presentar su contramemoria en el procedimiento contra Guyana, como estamos obligados a hacer por el Derecho Internacional y nuestro propio interés, el Esequibo se habrá perdido.