Mientras maestros venezolanos se congregaban en plazas y frente a iglesias y basílicas en un montón de ciudades del país para conmemorar su día, el 15 de enero; un día, decían de un lado a otro, en el que no había nada que celebrar sino recordar su triste realidad docente, social y económica, Nicolás Maduro se disponía a presentar ante la Asamblea Nacional, cruzado con la banda tricolor en el pecho, su memoria y cuenta del año 2023. En verdad: su desmemoria y cuento.
Por El Nacional
Habló durante cinco horas pero no dijo ni una palabra, por ejemplo, sobre Tareck el Aissami, otrora figura revolucionaria a quien desaparecieron del mapa el 20 de marzo pasado tras el enorme escándalo de corrupción en la gallina de los huevos de oro negro: Petróleos de Venezuela. Pero sí tenía un cuento que echar, al que dedicó media hora a mitad de su discurso. Un secreto que tenía que revelarle al pueblo de Venezuela y del que muy poca gente sabía en su círculo más próximo: «el desmantelamiento de cuatro conspiraciones golpistas durante el año 2023».
«Es la primera vez que hablo de esto», dijo, pasándose la mano por el rostro, quitándose los lentes y haciendo una pausa para dar dramatismo al momento clave de su intervención. El cuento, o el secreto que le oprimía el pecho, era que en mayo, agosto, noviembre y diciembre de 2023 descubrieron esas conspiraciones que pretendían, algunas de ellas, asesinarlo. Hay presos, cuyos nombres no reveló, que lo confesaron todo. Ese todo implica un eje Miami, Colombia, con la actuación de la CIA y la DEA estadounidense y la «ultraderecha de los apellidos». Estos sí los mencionó: «los Borges, los López, la Machado, los Ledezma».
El cuento es largo -los que tengan tiempo, lo pueden ver en Youtube- y está sazonado con la ligereza de que Maduro hace gala, porque puede pasar de decir que su vida corría peligro a llamar «periodistos» a los periodistas, para llamar la atención sobre el análisis de estas cosas. Y reír. O en otra parte de su «pieza oratoria» hablar de su clon, el emir de Qatar. «Somos igualitos, yo podría con una bufanda gobernar en Qatar». Drama y chanza al mismo tiempo. Es lo que hay en la figura del hombre que ostenta la primera magistratura nacional.
A Maduro no le importa si le creen o no. Si Lula da Silva hubiera estado presente en el acto habría hablado de la «narrativa» de su amigo. Una «narrativa» que es posible que marque el comportamiento oficial durante los próximos meses. Una «narrativa» dirigida a explicar a su círculo más próximo por qué se produjeron los Acuerdos de Barbados que, entre otras cosas, nada menores, permitieron la realización de las primarias opositoras del 22 de octubre, sin duda el hecho político más importante del año pasado que puso en evidencia el hastío de los sectores populares que concurrieron a votar por el cambio político y que colocó la iniciativa en el campo opositor, además de generar desencuentros en los mandos oficialistas.
Ante la ausencia de «golpismo», hay que inventarlo. Ante la inexistencia de «guarimbas» -protestas callejeras violentas- hay que insistir en contra de las evidencias del año pasado que los «opositores» sueñan con el caos y la conmoción. Una estrategia fallida de la que sí hay evidencias: cuando el régimen arremetió contra la Comisión Nacional de Primaria tras el impacto de la votación popular, no se movió una hoja, ni se lanzó una sola piedra. Y el régimen no pasó de la alharaca.
Maduro dice tener pruebas contra el “apellido” que estaría detrás de las conspiraciones en Caracas. Y basta tener dos dedos de frente para saber contra quién está apuntando. El liderazgo que pone en jaque su continuación en el gobierno, y lo que explica que Venezuela sea el único país de la región que no sabe cuándo será la fecha electoral para decidir una cosa muy simple y definitiva: quién tiene el respaldo popular.
La única “conspiración” a la que verdaderamente temen Nicolás Maduro y el régimen es al resultado de las urnas electorales. Todo debería comenzar y terminar en ese acto democrático. Después de 25 años de desastre en todos los órdenes de la vida venezolana -sobre todo en el de la sensatez- la aspiración popular es rotunda: ¡haga elecciones, señor Maduro!