Guillermo Bervíns, primer médico cuadripléjico graduado en Latinoamérica

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La vida puede dar un giro de 180 grados en cuestión de un segundo. Así lo entendió Guillermo Bervíns, médico especialista en salud pública, el 28 de diciembre de 2008, cuando un antisocial disparó tres veces contra la ventanilla del vehículo que conducía, impactando su columna vertebral, codo izquierdo y muñeca derecha. Cambiándole la vida para siempre.

Ana Uzcátegui | LA PRENSA DE LARA.

Perdió de inmediato la movilidad permanente de sus extremidades en brazos y piernas, sólo quedándole capacidad sensitiva y motora en hombros, cuello y cabeza. En su silla de ruedas eléctrica ha aprendido a vivir un día a la vez. Lo que a cualquier persona que pueda andar normal le puede tomar menos de cinco minutos caminar par de cuadras, para Guillermo ese tiempo puede ser de más de 20 minutos y representar todo un proceso.

Hoy cuenta su historia desde el corazón, como los que logran hacer grandes hazañas, y la suya ha sido seguir viviendo superando obstáculos a diario. Para subirse a un carro, sus padres le han adaptado una rampa, y hasta para ser trasladado de su cama a la silla de ruedas, el ingenio de Guillermo le ha llevado a crear una grúa adaptada a la pared de su cuarto que le facilita las cosas. «Lo importante no es llegar primero, sino disfrutar del proceso», es una de sus frases más recurrentes.

Cuando tenía 23 años y siendo estudiante del quinto año B de medicina en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA), Bervíns vivió una de las tragedias más grandes que puede sufrir cualquier ser humano. Recuerda que eran las ocho de la noche en un día de los Santos Inocentes, en medio de un ambiente de algarabía por las fiestas decembrinas. Fecha en que todos reciben con suspicacias las malas noticias.

Asegura que al momento en que vio por el retrovisor del carro a un hombre acercarse con un arma de fuego mientras esperaba a su novia en la entrada de un edificio, al oeste de Barquisimeto, su reacción instintiva fue arrancar el vehículo, pero las balas fueron más rápido que él y cuando penetraron su humanidad, el carro siguió andando por inercia hasta chocar con una acera.

¡Confusión!, ese fue la primera sensación que experimentó Guillermo en ese instante. Su vida le pasó como una película por la cabeza. «¡Me voy a morir!», pensaba mentalmente. Comenzó a despedirse y a orar: «Le dije a Dios que me abriera las puertas del cielo, que me perdonara mis culpas y recordé a mi familia. Uno siempre piensa en su mamá en los momentos más difíciles. Yo dije, ella no me va a ver graduar, soy muy joven todavía». Esperó, no sabe cuánto tiempo, pero no pasaba nada. No se moría, pero cada vez respiraba con mayor dificultad.

Fue allí cuando se convirtió en una de las miles de víctimas que a diario eran atracadas en Venezuela, el país más inseguro de Latinoamérica, que para el año 2008 superaba con creces las cifras de homicidios, robos y hurtos que se registraban en El Salvador, Brasil y México, históricamente naciones tocadas por la violencia y la guerra entre carteles de la droga y bandas delictivas. Para la época, la República Bolivariana que gobernaba Hugo Chávez había multiplicado por 12 sus ingresos petroleros, el Estado era rico en comparación con el resto del continente, pero paradójicamente había triplicado los índices de inseguridad, y Guillermo pasó a estar entre esas cifras lamentables de la violencia.

Un sueño

De niño nunca le pasó por la cabeza estudiar medicina. Su inspiración siempre fue su padre, el señor Rómulo Bervíns, profesor universitario y licenciado en matemáticas, por eso cuando le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, no dudaba en decir que quería ser matemático.

Guillermo pasó su infancia formándose entre tres colegios religiosos. Estudió en el Colegio Santísimo, luego en el Colegio Adventista y culminó su secundaria en el San Pedro. Durante su juventud fue muy activo en la religión católica; de hecho, en algún momento formó parte del movimiento Camino Neocatecumenal. Por eso, en situaciones de mayor dificultad siempre se ha aferrado a Dios con ferviente fe.

Un día, al culminar su bachillerato realizó un curso de primeros auxilios en la Cruz Roja de Barquisimeto y al hacer pasantías se enamoró de la medicina. «Me gustó muchísimo el trabajo que se hace con los pacientes, el trabajo del médico con el paciente, el ayudar, el tratar de mejorar la calidad de vida de las personas y de allí, pues tuve la facilidad, gracias a Dios de iniciar en medicina», recordó.

En el año 2002 por sus excelentes calificaciones ingresó en la UCLA, en la Facultad de Ciencias de la Salud y desde el primer instante en la carrera de medicina comenzó a destacar como estudiante, sus compañeros lo definen simplemente como una persona brillante.

«Guillermo siempre fue sumamente destacado, sumamente inteligente a quien le encantaba la docencia desde el inicio. Recuerdo que Biología era su materia favorita, era un apasionado con la célula y todo lo que tiene que ver con las ciencias básicas, y formábamos parte de un grupo organizado que se llamaba ‘Amigos del Museo de Ciencias de la Salud’, en donde hacíamos muchísimas actividades, entre ellas dar clases y ayudar a los muchachos más jóvenes», asegura Andrés Arteta, médico internista y neumólogo de la Clínica Razetti y del Hospital Luis Gómez López, amigo de Bervíns, quien comenzó la carrera universitaria con él hasta el quinto año de medicina B, cuando sufrió el accidente.

En 2004, el joven Bervíns era tan entusiasta con lo de enseñar que creó Abimed, una academia de preparación preuniversitaria y universitaria en áreas de la salud, con cursos que duraban cuatro meses sobre biología celular, molecular, premedicina 1 y 2, anatomía básica, epidemiología, salud, investigación en salud y química para ayudar a jóvenes que estaban recién graduados de bachillerato o estudiantes del primer semestre de medicina.

«En ese momento yo formaba parte del Centro de Estudiantes del Decanato de Ciencias de la Salud de la UCLA. Era el secretario de asuntos académicos y teníamos un grupo que se dedicaba a empujar por la lucha estudiantil dentro de la universidad», rememora. Sostiene que ocupar ese cargo no fue nada fácil. En esos años ya las universidades públicas del país registraban un déficit en su presupuesto, y los paros por las luchas estudiantiles exigiendo mejores servicios académicos y por las reivindicaciones salariales de los docentes, así como por el respeto de la autonomía universitaria en Venezuela, eran una constante.

«El Decanato de Salud fue un bastión muy importante en ese período. Me tocó en varias oportunidades ser vocero de las asambleas de estudiantes, leer comunicados ante más de 1000 personas y hasta ser mediador ente otros decanatos de Ciencia y Tecnología de la UCLA», refirió.

Afirma haber viajado a Caracas, Mérida, Zulia a reuniones estudiantiles. «Precisamente, tratábamos de impulsar esto en lo que creímos en ese momento: En un cambio, en mejorar la situación y que tuvo sus victorias y sus derrotas», manifestó.

Justo en el momento que intentaron atracarlo, Guillermo se encontraba en un receso de las pasantías de ginecobstetricia que las estaba haciendo en Acarigua, estado Portuguesa. Ya él sabía atender un parto, colocar una vía central, una punción lumbar o dar un diagnóstico examinando y escuchando a un paciente. Su más grande anhelo era graduarse de médico en el año 2010 como le correspondía. Pero un delincuente intentó arrebatarle ese sueño.

La tragedia

«Dentro del carro, yo sólo veía que no pasaba nada y seguía pensando que me iba a morir, pero no me moría. Entonces sabía que tenía que tratar de moverme, pero no podía. Solamente podía girar la cabeza. Esto tiene que ser una lesión medular, todavía tengo oportunidad de vivir», contó Bervíns. Sus ojos se abren en los momentos que recuerda los instantes más dolorosos.

A los pocos minutos de haberse escuchado los disparos, una persona habitante de uno de los edificios adyacentes al parque Ayacucho, donde fue la escena del crimen, se asomó por la ventana del vehículo y gritó: «¡Está muerto, está muerto!» y el pánico se apoderó de Guillermo. Él sabía que se tenía que mover para que lo trasladaran lo más rápido posible a un centro asistencial, pero su cuerpo no reaccionaba.

«Empecé a mover la cabeza. Yo no podía hablar mucho porque respiraba como de manera automática. Tenía que controlar la respiración y coordinar cuando botara aire para hablar. Comencé a hacer ruido como más pude y dijeron ¡está vivo! No tuve mucha noción del tiempo a partir de allí, pero sé que en algún momento detuvieron una ambulancia, llamaron a mi papá y él llegó al lugar porque mi casa estaba cerca. Me subieron a la ambulancia y en ese momento recuerdo que me halan y yo le digo al socorrista: No lo hagas, ponme un collarín, porque yo sabía que era una lesión de cuello y necesitaba ponerme el collarín», indicó.

Cuando le colocaron el collarín y lo subieron a la ambulancia acompañado de su padre, lo trasladaron al Ambulatorio del Sur, al oeste de Barquisimeto. «Yo les suplicaba que me llevaran al Hospital Central porque sabía que era una lesión medular y que necesitaba del servicio de neurología. Igual me llevaron al ambulatorio más cercano por protocolo», expresó. Al llegar lo bajaron, lo revisaron y los médicos dijeron que tenía un tiro en el codo y la mano. Pero Guillermo en medio de su agonía pidió que lo revisaran por el cuello. Él sabía que había un proyectil en su espalda que le impedía movilizarse. Al encontrarlo, los médicos lo trasladaron inmediatamente al Hospital Central de Barquisimeto.

Recuerda que al llegar a la Emergencia del hospital se encontró con compañeros de clases que estaban en sexto año de medicina y varios profesores lo auxiliaron. Una jugada del destino lo había llevado a ser de casi un galeno a un paciente.

«Eso fue uno de los peores días de nuestras vidas. Yo recibí una llamada cerca de las 9:00 pm y me avisaron que un amigo estaba grave en la Emergencia del Hospital Central. No me decían de quién se trataba, pero en ese momento dejé lo que estaba haciendo y me fui al hospital. Al llegar me dijeron que era Guillermo. Pregunté dónde lo tenían y en ese momento le estaban haciendo una tomografía. Su pronóstico era reservado, estaba muy delicado», relató su amigo Andrés Arteta.

Hasta ese momento, Guillermo no había perdido el conocimiento, quizás su cuerpo estaba paralizado, pero su cerebro estaba intacto. Por eso, él pudo diagnosticarse y por eso tenía expectativas. Sólo pensaba lo que habían hecho hasta ese momento.

«Hubo un momento en la Emergencia en que yo no podía respirar y le dije que me intubaran. Le dije a mi papá que por favor se me acercara y le dije que me intubaran. Él les dijo y luego un docente que me daba clases procedió a intubarme, pero por supuesto necesitaba un respirador», narra Guillermo con la voz entrecortada y haciendo pausas mientras intenta contener el llanto.

Era un 28 de diciembre a las 11:00 de la noche en el Hospital Central, un lugar colapsado de pacientes en emergencia por accidentes de tránsito, accidentes con juegos artificiales, problemas hipertensivos, enfermedades crónicas. No había los suficientes médicos ni insumos para atender a tanta gente, tampoco había un respirador artificial que mantuviera con vida a Guillermo.

«La sobrecarga que había en el hospital y el déficit nos hizo reaccionar. Allí era muy poco probable que Guillermo se salvara, la decisión que tomamos fue trasladarlo a la Clínica Razetti. Recuerdo que en ese momento yo llamé a mi papá, Federico Arteta y le dije: Guillermo está muy mal, no sabemos qué vaya a pasar. Él salió de inmediato a la clínica y activó el área de terapia intensiva y nos mandó una ambulancia. Era de suma importancia que Guillermo llegara a terapia intensiva y de allí pasara a quirófano», comentó su amigo.

En el momento que lo trasladaban, entre lágrimas su padre le susurró al oído: «No te rindas. El camino que toque transitar lo vamos a hacer juntos. No te rindas, por favor». Esas palabras le quedaron retumbando en la cabeza a Guillermo y se convirtieron en una misión. Su vida está marcada por los milagros, esos que son señales indiscutibles de que Dios existe y que cada persona está en esta tierra con un propósito.