Hace poco más de un año, en Caracas, el dictador venezolano Nicolás Maduro nos robó una entrevista y todo nuestro equipo de filmación. Hoy, todavía, no nos ha regresado nada. Pero vale la pena ver qué ha cambiado —y qué no— en Venezuela en los últimos 12 meses.
POR JORGE RAMOS / El Nuevo Herald
Al igual como he hecho con decenas de líderes en todo el mundo, el lunes 25 de febrero del 2019 me senté en el Palacio de Miraflores para conversar con Maduro. Sabía que iba a ser un encuentro difícil; no todos los días se entrevista a un dictador acusado de realizar un fraude en las elecciones de mayo del 2018. Por eso decidí confrontarlo desde la primera pregunta: “Usted no es el presidente legítimo. Entonces ¿cómo le llamo? Para ellos (para la oposición) usted es un dictador”.
La entrevista duró 17 minutos. Además de su falta de legitimidad, lo cuestioné sobre la detención de cientos de prisioneros políticos y el fracaso de la revolución bolivariana. El país se desmorona con una desbordada hiperinflación y una impagable deuda externa. Casi 5 millones de venezolanos han huido de su país por la corrupción, la pobreza, la violencia y la hiperinflación.
Al final le mostré a Maduro un video que yo filmé con mi celular de tres venezolanos comiendo de un camión de basura. Claro, esto se puede ver en muchos países del mundo. Pero en Venezuela va en contra de la narrativa oficial de que el gobierno chavista protege a los más desamparados. Y ahí el dictador se rompió.
Maduro se levantó de su silla, dio por terminada la entrevista y su ministro de comunicaciones, Jorge Rodríguez —argumentando que esa entrevista “no estaba autorizada”— le ordenó a sus agentes confiscar las cámaras de televisión de Univision, todo nuestro equipo y las tarjetas de video.
Nunca en mi carrera me habían robado una entrevista, ni detenido y cacheado por dos horas junto con otros seis periodistas de Univision, ni despojado por la fuerza de mi celular y mochila, ni deportado del país al día siguiente, solo por hacer preguntas difíciles. Afortunadamente, la entrevista no se perdió. En junio pasado obtuvimos, de fuentes confidenciales, una copia que había sido filmada simultáneamente a la nuestra por funcionarios del gobierno. Aquí la pueden ver.
¿Qué ha pasado desde entonces en Venezuela? Lo más grave es que Maduro sigue en el poder. Los militares —el principal pilar de su dictadura— aún lo apoyan. Y la clase gobernante y sus aliados financieros están tan embarrados en la corrupción que temen perderlo todo con cambio de gobierno.
La oposición no ha encontrado una salida a esta crisis. Las frecuentes protestas multitudinarias en las principales ciudades de Venezuela no han ocasionado la caída del régimen.
¿Por qué? Porque es peligrosísimo protestar contra Maduro. Solo en el 2019 murieron 5,286 personas por “resistirse a la autoridad”, según el Observatorio Venezolano de la Violencia.
El mismo presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, reconoció que subestimaron a Maduro y carga dos fracasos. Uno, el intento de levantamiento de mayo pasado —liderado por Guaidó y el opositor, Leopoldo López, recién liberado de la cárcel— no fructificó; algunos militares, aparentemente, se arrepintieron al último momento. Y dos, la ayuda humanitaria internacional que Guaidó quería distribuir en Venezuela se atoró en febrero del 2019 en un puente con Colombia. “Subestimamos la capacidad de hacer mal, de hacer sufrir a nuestro país, de perseguir”, me dijo Guaidó recientemente en una entrevista.
Y la opción de una invasión militar liderada por Estados Unidos, desde mi punto de vista, sería un gran error. La historia de las intervenciones estadounidenses en América Latina no ha contribuido a la democracia y está plagada de muertos y abusos. Basta mencionar los casos de Guatemala en 1954 y Chile en 1973.
El plan de Estados Unidos es incrementar las sanciones a los líderes del régimen venezolano.
Pero el futuro de Venezuela es solo de los venezolanos. El reciente recibimiento de Guaidó en Madrid, con miles de venezolanos gritando “¡Libertad!”, es una muestra de que el deseo de cambio está intacto. No hay nada que pueda parar una idea tan poderosa.
Al final —y esto no falla— todos los dictadores caen. Pero no caen solos; hay que empujarlos.