Homenaje a la lucidez
Paradójicamente, en el matrimonio de mi querida amiga e insigne defensora francesa de los derechos humanos, Delphine Patetif, me enteré de la sensible e inesperada muerte de mi admiradísimo profesor Henrique Iribarren. He decidido escribir sobre él como homenaje a todo lo que significó para mí su enseñanza y ejemplo. No fuimos amigos, de hecho nos tratábamos de “usted”, sin embargo nuestras conversaciones siempre fueron fascinantes. Era recurrente hablar con él de filosofía, política, historia, derecho público e incluso de arte. Su inteligencia y sensibilidad superlativas eran expresadas en cada una de sus reflexiones.
Firmó mi título de abogado, su estampa –lo reconozco– es lo único que me interesaba de ese papel. En Venezuela no hay ley.
No podré conversar más con él, me queda su palabra.
El hechicero del Derecho
Fue él quien motivó en mí esa inagotable llama de curiosidad –que devendría una de mis mayores pasiones– por los derechos humanos y el derecho público (rama del derecho que estudia al Estado, las acciones de gobierno y toda la relación del poder político con el ciudadano). Sin hipérboles, no exagero: sus clases eran apoteósicas, un deleite de sabiduría, lucidez, sensibilidad, carisma e ilustración. Amante, como soy, de la cultura francesa escucharlo colorear sus argumentos con pinceladas cartesianas y de la Ilustración francesa era hechizante.
Son pocos los profesores que recuerdo haber impartido sus lecciones de manera tan apasionada y sabia.
Iribarren siempre fue el que más.
Dignidad e igualdad por la ley
Formado como abogado en la Universidad Católica Andrés Bello y posteriormente especializado en Derecho Administrativo en la Universidad La Sorbonne de París, Iribarren entendía a la perfección que sólo la ley protegía al ciudadano de la desmesura del poder político. Nos explicó como ninguno que el surgimiento del derecho administrativo se dio para defender al ciudadano de posibles actos abusivos o erráticos del gobierno, le concedía –al ciudadano– la inédita oportunidad de resguardarse del poder protegiendo celosamente la forma y el fondo legal de los actos de gobierno.
El derecho administrativo no sólo nos dio reconocimiento, decía, nos dio una dignidad e igualdad que durante siglos nos fue negada.
Para Iribarren es el avance más importante de la civilización.
El salvador que no fue
Se fue el Maestro, sin duda uno de los más memorables que me he topado en la vida. Lo destacaba especialmente su brillantez de genio incomprendido, un romántico francés enclavado en el barbárico Caribe americano. Si los adecos no hubiesen jugado sucio, Iribarren habría salvado al país de la debacle chavista: fue el abogado defensor del ex presidente Carlos Andrés Pérez en el injusto y bastardo juicio que le abrieron para aniquilarlo moral y políticamente. Quién lo diría, terminaron aniquilando al país. El profeta –otra vez– no lo fue en su tierra.
Iribarren y Pérez advirtieron con muchísima anticipación y exactitud el horror tiránico que hoy estamos padeciendo.
Nadie los escuchó, somos un país náufrago por ello.
La justicia llegará al universo
He escrito este artículo a modo de confesión. Pocos o ninguno saben que todo mi trabajo como activista de la libertad y de los derechos humanos fueron inspirados por las enseñanzas de Iribarren. Él sí lo sabía. Mis argumentos morales y legales en la defensa del venezolano y de Venezuela ante el chavismo, lo confieso, no eran míos, eran de mi Maestro. Se va físicamente, pero su espíritu queda sembrado entre cientos de miles de jóvenes que hoy claman por justicia y libertad ente el mayor de los oprobios: el chavismo. Los derechos humanos era tema que fastidiaba cuando comencé a promocionarlos, pero sabía que había que sensibilizar y hacer consciente a la sociedad sobre su importancia. ¿Quién me lo razonó? Iribarren.
Lo escuché declamar en francés la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Eso cambió mi vida y la de muchos.
No estés en paz, Maestro, sigue alborotando de justicia al universo.