No es cine
Crisis; crisis aquí y allá, crisis…, no me roces, no me abarques, que nada fluya entre nosotros, la humanidad puede acabar con la humanidad si se abraza entre sí, lo descortés nos redime, la antipatía nos resguarda, la repulsión nos da vida. ¡Tápate! ¡Enmascárate! ¡Aíslate! ¡Huye! Sí, huye de ti mismo.
No es cine, es realidad.
El virus te corona
Apocalíptico, terrorífico, un virus se propaga, somos el virus, si nos damos la mano nos enfermamos, si tosemos somos despreciados (¿el hombre no tiene miles de años tosiendo?). No me toques, no nos toquemos, mejor ni nos veamos. Eres un ser humano: el virus te corona. Somos reinas y reyes de la enfermedad.
¿Qué nos cura?
¿Repugnancia?
Y yo me paseo atónito por los parques y los aeropuertos del mundo. Un gay –de los histéricos, de los sonoros, de los que serpentean en cada paso– insulta a un anciano porque tose, lo ultraja, está a punto de golpearlo, pero se detiene, le manifiesta asco: “Me repugnas, viejo de mierda”.
¿Ahora nos repugnamos? ¿La vejez repugna?
Lo humano
Pero no lo permito, no me lo permito a mí mismo, tomo al gay –¿debí escribir al LGTB? ¿cuál es la manera políticamente correcta de llamarlo?– por la camisa y le exijo que se disculpe con el señor. El gay me grita “homofobo”, la neurastenia lo retuerce, finge que se va a desmayar del susto. No cedo.
“¡Discúlpate!”
Lo ridículo
La escena no por demencial dejó de ser cómica, el LGTB –¿debí escribir el gay?– fingió desmayarse o se desmayó en mis manos. El viejo (el que tosió) me agradece y me ruega que deje a su agresor en paz, me convence de que está bien, que no se sintió ofendido. La decencia me inspira: “esa es la verdadera humanidad”, pienso.
En el abrazo
Suelto al agresor, lo dejo desvanecerse en su “desmayo”. Noto que sus ojos parpadean. Me acerco al oído y le dijo: “Yo soy el virus”. Instantáneamente grita “¡auxilio!”, se levanta y corre. La multitud que observa el patético evento también corre. Me quedo sólo con el viejo, le pregunto si lo puedo abrazar.
“¡Abráceme!”, me dice.
Saldremos de esto
La policía del aeropuerto llega corriendo, los veo de reojo. No saben cómo reaccionar a la fraternidad de una humanidad que se abraza: “¿Y el virus?”, imagino que piensan. Me acerco para explicarles y uno de ellos retrocede –¿tiene miedo?–, el otro atiende. Les explico lo sucedido. Sonríen.
Razono: “Tenemos más de cinco mil años tosiendo y abrazándonos, saldremos de esto”.
El chavistavirus
Venezuela me obsesiona, lo reconozco. Toda situación la relaciono con nuestra maravillosa patria tan arruinada por el “chavistavirus” que ha matado a centenares de miles de personas, herido y torturado a miles, enfermado a millones. No sólo acaba con los venezolanos, también con sus hospitales, sus escuelas, su moral. Pienso que toda cura pasa por la conciencia.
Y me voy al avión pensando en la palabra “conciencia”.
Postdata reflexiva
Lo que ocurre con el coronavirus es para reflexionar, estar prevenidos y ser muy conscientes. Es algo nuevo para nosotros, no podemos ni desestimarlo ni abominarlo, hay que permanecer alertas mas no histéricos. No quiero ni imaginar qué podría suceder en Venezuela si el coronavirus se propaga. No hagamos de esto un tema político, abordémoslo unidos. Es un tema humano, demasiado humano.
No seamos el virus.