Es alucinante que 8,5 millones de venezolanos anden por los caminos del mundo –por 90 países- escapando del infierno en que han convertido esta nación una banda de cleptómanos y déspotas sin escrúpulo, durante un cuarto de siglo. Ellos, los peregrinos, sobre todo los de la miseria y la falta de destino, son sin duda el índice más doloroso de nuestra tragedia nacional. Ellos son una de las migraciones mayores y más frágiles del mundo actual, y miren que es un fenómeno planetario. Desde los africanos que mueren ahogados en busca de una Europa soñada, en buena parte sus antiguos crueles señores coloniales, hasta las procesiones de peatones latinoamericanos que pujan por entrar en el gran templo del Norte, llamado sueño americano, y que a veces son tratados por ese paraíso ansiado y perseguido hasta la locura con el más frío y cruel desprecio, destino de un gran número de nuestros compatriotas.
Pero no queremos hacer ahora un análisis sociológico de ese asombroso fenómeno que es quizás el símbolo más flagrante de nuestra tragedia nacional, ese rayo que no cesa como diría Miguel Hernández de su pasión malhadada. Que no sólo es de los más dolorosos sino de los menos discutibles, la evidencia misma del crimen colectivo.
Lo que pretendemos es decir una palabra de esperanza, sí, quizás para muchos sonará retórica y hasta cínica. Pero no queda sino pensar que habrá un mañana de Ávila y de sol para todos. Para ustedes que se fueron y para nosotros que quedamos mutilados también de vuestros afectos, incluso los más queridos, los de la sangre compartida: padres, madres, hijos…Y los de los afectos construidos, la amistad, compañeros imprescindibles de la vida plena.
Pero en todo la esperanza es mejor que la desesperación, decía Goethe. Y eso tiene mucho de cierto, nada permanece, el mal no puede ser eterno. Ni el dolor de los caminos del Darién, ni la extrañeza de la casa ajena, ni la mirada hostil que suele suscitar el peregrino, ni los que padecemos de la lejanía de vosotros. Ese día jubiloso del reencuentro vendrá, con la libertad y la solidaridad.
Son estos días de Navidad y Año Nuevo susceptibles de aumentar la nostalgia. Cerremos filas entonces, levantemos nuestras copas en la distancia, no multipliquemos el doloroso abismo afectivo. Pero apostemos a que ese día en que muchos nos reencontraremos a compartir la dicha de estar en el lar natural que acoge y protege y genera nuestra querencia ha de venir. Ese día tiene que despuntar pronto. Feliz Navidad, compatriotas.