El sol abrasador de la frontera no los detiene. La autopista Internacional que conecta a La Parada con Cúcuta, en Colombia, se ha convertido en su sala de trabajo. Algunos suman ya cuatro años en un oficio que requiere resistencia y aguante.
«Somos los ´trocheros´ de la autopista», soltó uno de ellos al ser consultado por el equipo reporteril de La Nación. «Aquí perseguimos a los taxis y busetas para poder conseguir un cliente. Ya ellos (conductores y pasajeros) nos entienden», aseveró mientras se alistaba para pegar una carrera detrás de un taxi.
Incluso están los más osados, lo que se les atraviesan a los carros, para que bajen la velocidad y, de esa manera, van entablando conservación con los pasajeros, quienes, al final, pasan a ser sus clientes.
«¡Ese es mío!», grita otro “trochero” mientras corre detrás del carrito por puesto. El viento que sopla en horas de la mañana no reconforta mucho, pues se desplaza caliente, debido a las altas e imperantes temperaturas del día.
«Para mí, como mínimo, somos más de 200 ‘trocheros’ que trabajamos en la autopista», estimó Yefferson Guillén, joven de 28 años. Su acento, pese a los cuatro años que lleva en La Parada, no ha cambiado mucho. Quien lo escucha, sabe que viene del centro de Venezuela. «Soy caraqueño», detalló.
Guillén trabaja de lunes a lunes. El horario depende de lo que haga en el transcurso del día. A veces dura hasta la noche; en otras ocasiones se retira antes. «Ayer (sábado) solo hice 5 mil pesitos, pero hoy me fue mejor, ya llevo 70 mil pesos», sonrío con la satisfacción de tener para la comida y el arriendo.
Donde reside, según el joven, debe pagar diariamente 15 mil pesos. «Casi siempre los hago, pero uno los debe sudar; no es fácil», prosiguió, al tiempo que recalcó la travesía que les espera una vez consiguen el cliente.
«Nada termina en la autopista»
Luego de conseguir un cliente, se dirigen hacia la trocha con el costal o costales que tenga la persona. «Hoy (domingo) cobré 30 mil pesos por un costal, cuyo peso hacía lo de tres maletas», resaltó el joven.
Hay escenarios donde los costales no pueden ser cargados por un solo “trochero”, por lo que suelen actuar entre dos o tres personas. «Le damos un precio al cliente y, al final, nos dividimos las ganancias», puntualizó.
Con el arribo de la pandemia, muchos se fueron y otros, «como yo, aguantamos la pela». Durante esas semanas, donde reinaba la soledad, le tocó a Guillén acudir casa a casa para pedir algo de comer. «Fue muy duro», rememoró, con el deseo de que no se repita.
«Cuando hago lo del día, y un poquito más, me retiro para darle chance a otro compañero, pues como usted ve, somos muchos y hoy, domingo, no todos vienen a chambear; esa es la ventaja», explicó.
Ellos tienen sus jefes, quienes están pendientes de que no altere el orden público con alguna pelea por obtener algún cliente.
La Platanera y La Pampa son las trochas más usadas por este grupo de trabajadores y sus clientes.
Por: Jonathan Maldonado
Fuente: La Nación