La presidencia del gobierno español y Venezuela

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En este momento, todavía no se ha llevado a cabo la investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno español, y es posible que en las próximas horas haya alguna novedad que cambie lo que parece inevitable. Sin embargo, más allá del desenlace final de este episodio, hay algunas reflexiones que merecen ser consideradas.

En primer lugar, es lamentable el estado de crispación que ha generado este asunto, colocando a los españoles en un escenario de polarización política que no se había visto desde la muerte de Franco y la difícil pero exitosa transición hacia la democracia. Los venezolanos sabemos muy bien que estas confrontaciones viscerales no conducen a buenos resultados, y los españoles lo están experimentando ahora con grandes manifestaciones y marchas que aumentan la tensión. Afortunadamente, en España no existe un cuerpo encargado de reprimir de manera ilegal y violenta a aquellos que tienen opiniones diferentes, como ocurre en nuestro país.

La situación actual en España me lleva a dudar sobre la conveniencia del sistema constitucional de democracia parlamentaria, que termina dando un poder de decisión a un partido regional (Junts) que solo ha obtenido siete escaños y que ahora está actuando como árbitro, manteniendo como rehenes a los partidos mayoritarios (PSOE, PP, Vox, Sumar, etc.) y, en última instancia, a todo el país. Además, resulta inequitativo que esta pequeña minoría esté vendiéndose al mejor postor de los partidos mayoritarios, a pesar de que en las elecciones generales del pasado 23 de julio obtuvieron más de 300 escaños (322 de un total de 350) con una votación de casi 19 millones de votos, mientras que Junts solo obtuvo 392,000 votos en un proceso electoral competitivo, libre, limpio y con una participación muy alta (70.74%).

La primera conclusión es que la democracia parlamentaria es útil cuando participan solo dos o tres partidos importantes, como ocurre en Estados Unidos, Francia, Reino Unido, etc. La fragmentación promueve desigualdades como la que estamos presenciando en España.

La situación también plantea un desafío para el rey Felipe VI, cuyas atribuciones constitucionales son limitadas y no puede traspasar ciertos límites. Su padre, don Juan Carlos, enfrentó una situación similar en 1981 cuando logró imponer su influencia decisiva durante el intento de golpe de Estado del coronel Tejero y sus seguidores. ¿Podrá Felipe hacer lo mismo? ¿Lo querrá hacer? Es una difícil disyuntiva para una monarquía constitucional que está siendo atacada precisamente por aquellos que son actores clave en el sistema y, por lo tanto, no leales a la corona.

Pero lo que realmente nos importa y nos afecta a nosotros, los venezolanos, es cómo quedaremos nosotros como consecuencia de esta situación en la que poco podemos hacer o opinar. La primera conclusión es que si Sánchez logra la investidura, sus compromisos políticos lo obligarán a distanciarse de la sólida defensa de la democracia venezolana, ya que sus intereses y lealtades estarán en otros lugares.

Esto afectará la política exterior de España, que en los últimos tiempos ha tendido a alinearse con la izquierda regional de América (Brasil, Argentina, Cuba, etc.). Lo mismo puede decirse de la influencia española en la Unión Europea, a pesar de que esta recientemente ratificó las sanciones personales impuestas a los corruptos y violadores de derechos humanos en Venezuela. Sin embargo, sabemos que esta instancia tiende a hacer más ruido que a actuar con contundencia. Es importante tener en cuenta que el alto representante para las Relaciones Exteriores de la Unión Europea es el catalán Josep Borrell, quien, en mi opinión, no es digno de confianza.

Si por alguna razón Feijóo llegara a ser el presidente del gobierno, podríamos pensar que su postura sería más favorable a la democracia venezolana, aunque también quedaría atrapado por las inusuales condiciones impuestas por Puigdemont y su grupo. Sin embargo, es posible que tenga más margen de maniobra en materia de política exterior.

En resumen, vale la pena estar preparados para cualquier resultado y consecuencia que pueda surgir de esta situación.

PorAdolfo P. Salgueiro