Autor: Rodulfo A. Celis Vargas
El eterno retorno idealizado por el pensamiento nietzscheano, o mejor dicho la repetición de la sucesión cíclica, nos obliga a calificar al hombre contemporáneo tanto como aquél que tuvo por eje el culto del mundo antiguo, sin excluir al hombre de todos los tiempos, como un ser condenado a la trivialidad y a la invención de una ideología hipócrita, donde imperan los falsos valores, traducidos en ilusorias y engañosas entelequias aceptadas en las relaciones humanas. Es la cultura de los vicios, de lo vacuo y del desprecio a la vida. Es la cultura de un socialismo insolente, morboso e inclemente, para transformarse en una inequívoca y auténtica escuela ideológica de subversión de la ética material de los valores. Es la cultura del odio, de la corrupción, del hambre, de la sumisión, de la idolatría y de la lujuria.
“Es cierto que la crisis de valores que atraviesa el planeta es de las más profundas y descorazonadoras que ha conocido la historia; pero no es menos cierto que en el pasado y en períodos de no menor postración moral y material que el actual, la Humanidad supo en el último momento, cuando todo parecía perdido, encontrar medios para salir de la situación angustiosa. Pensemos solamente en la decadencia de Imperio Romano, en la larga noche de la Edad Media o en la barbarie del fascismo, cuando las hordas de Hitler se lanzaron al abordaje de la vieja Europa” (Heleno Sana).
La cultura es un derecho libre e irrenunciable que debe estar necesariamente al servicio del pueblo venezolano. Es ésta la concepción que debe aspirar todo hombre para deslastrarse de los vicios e impurezas de la ideología socialista: mirar, asumir, aprehender y promover la cultura en su más amplia manifestación holística y democrática, que discurra entre su formación conforme a los valores éticos y el conocimiento de la res humani iuris y de la res divini iuris. ¡Qué bello sería que vivamos en un país donde se haga de la cultura y de la genuina democracia un estereotipo para el pueblo y para la vida!; entendiéndose así la cultura y la democracia, en su más amplia acepción axiológica: orden, probidad, seguridad, poder, paz, respeto de los derechos humanos, cooperación, solidaridad, libertad, justicia, igualdad, fraternidad, optimismo, fe y esperanza. Incontrovertiblemente, el óptimo deseo del mundo e indubitablemente de todos los venezolanos es que a través de nuestra constancia por el vivir mejor y con el amor de nuestro Señor, obtengamos las luces del retorno de los valores éticos, o en su forma más amplia y precisa de los valores y derechos humanos. Es menester y por ende nuestro deber rechazar todo aquello que tenga olor a un globalismo comunistoide, a estalinismo, o cualquier gobierno dictatorial o despótico.