Puñalear al chavismo
Ya nada me estremece, la muerte de la nación nos llega en cámara lenta. Los que la advertimos desde hace veinte años, los que luchamos contra esta barbarie observamos con resignación trágica como todo se desmorona y como en tan sólo instantes todo se pudre.
¿Qué hacer? ¿Por qué nos hemos negado el derecho de tomar un puñal y clavárselo al chavismo en el pecho? Y hundirlo repetidas veces en él, una, otra, muchas veces hasta su agonía final.
Venezuela es un infierno.
El sonámbulo se retuerce
Sin gasolina, sin luz, sin comida, sin medicina, sin nada, el venezolano –mi venezolano, mi compatriota– es un sonámbulo que anda a tientas palpando su oscura y desoladora incertidumbre. Busca espectros de felicidad, manotea esperanzas perdidas. Grita, llora, se retuerce en el vacío.
A veces lamento mi afán por la poesía en este tiempo maldito, me siento inútil. Debí ser cazador y volarle los sesos a estos criminales que han teñido de sangre la tierra venezolana.
No sé disparar, error de mi tiempo.
El suicidio de una nación
Vi el apocalipsis, lo vi hace mucho tiempo, no hacía falta ser adivino para advertirlo. Recuerdo el artículo de Mario Vargas Llosa “El suicidio de una nación”, búscalo, léelo, era obvio lo que sucedería, quizá el único que no lo entendió fue Rafael Caldera.
O quizá la soberbia lo cegó y hoy pagamos las ruinosas y previsibles consecuencias de la ceguera. ¿Alguien critica la liberación de Hugo Chávez, ese asesino en serie?
¿Soy el único?
No nos defendimos
Con las nuevas generaciones queda una deuda, una deuda moral e histórica que es nuestra, de nadie más, nuestra. Debimos salir de Chávez como fuere, a fin de cuentas, él mostró su rostro escupiendo balas, asesinando gente inocente, asesinándonos.
¿Qué hace uno ante una amenaza criminal de muerte? Defenderse legítimamente. Y no nos defendimos. Chávez nos acribilló decenas de veces. Mató venezolanos. Mató a Venezuela.
Y no nos defendimos.
Quemarse por dentro
Y Maduro y Cabello y Rodríguez lo siguen haciendo: nos acribillan a veces lentamente, a veces salvajemente. Han convertido esta maravillosa tierra en un infierno. Se incendian las praderas, se incendian las instituciones, se incendia el país, se incendian su pueblo.
Los demonios –y su infierno– han encarnado en Venezuela, han usurpado el poder y gozan –bailan– mientras vestidos de verde oliva observan como el venezolano se quema por dentro.
Observa el día a día, dantesco.
Inventar palabras, sólo palabras
Quizá –ánimo poético– invento con palabras un heroico militar que nos defienda, que haga lo que hay que hacer: cargar, apuntar, disparar y liberarnos, como Bolívar. Quizá, con palabras, sólo palabras, invento un ejército patriótico que nos independice de la narcotiranía cubana.
Quizá –poeta inconcluso– busco una metáfora indómita que los ahorque, para ver cómo pierden el aire y desfallecen entre mis manos. Quizá soy un incendiario y lanzo palabras de fuego.
Quizá el puñal es lo que escribo y lo clavo cien veces.
O quizá…