SÍNDROME DE LA CAVERNA: de qué se trata el fenómeno por el cual a algunas personas les cuesta salir de sus hogares

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Los cambios relacionados con la pandemia de COVID-19 generaron mucho miedo y ansiedad en la población debido al riesgo de contagio. La mirada de los investigadores acerca de cómo esta situación repercute en diversas áreas de la vida

Infobae

Cientos de personas experimentaron la infección por COVID-19 y muchas otras ya habían sido vacunadas en Estados Unidos para cuando los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) dieron luz verde para que reanudaran las actividades prepandémicas, como reunirse en interiores sin utilizar barbijo. Pero muchas de ellas aún no ganaron la libertad de otros tiempos, dado que no experimentaron la sensación de serenidad que habían imaginado, sino que adquirieron más miedo a la infección. Todavía temen comer en un restaurante o encontrarse con gente por fuera de su burbuja. Incluso, muchos hombres y mujeres que negocios que solían viajar por cuestiones laborales con frecuencia ahora no pueden imaginarse subiéndose nuevamente a un avión.

“Después de un año de aislamiento, muchas personas que han desarrollado una comprensión íntima de lo que significa aislarse socialmente tienen miedo de volver a sus vidas anteriores, a pesar de estar completamente vacunadas -advierte Mathew Patkinson, psiquiatra especializado en episodios traumáticos de la Universidad de Boston-. Incluso, hay un nombre para este desorden: el síndrome de la cueva”.

Salir a la luz después de un año encerrado en el interior está demostrando ser una transición difícil para algunas personas. Jacqueline Gollan, profesora de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento en la Northwestern University, dice que adaptarse a la nueva normalidad, sea lo que fuera, llevará tiempo. “Los cambios relacionados con la pandemia crearon mucho miedo y ansiedad debido al riesgo de enfermedad y muerte, junto con las repercusiones en muchas áreas de la vida. A pesar de que una persona puede estar vacunada, todavía puede tener dificultades para dejar de lado ese miedo, porque está sobrestimando el riesgo y la probabilidad”.

Un estudio reciente de la Asociación Estadounidense de Psicología informó que el 49% de los adultos encuestados anticiparon que podrían sentirse incómodos al regresar a las interacciones presenciales cuando termine la pandemia. Asimismo, la investigación encontró que el 48% de quienes recibieron la vacuna contra el COVID-19 dijeron sentirse de la misma manera.

Estos efectos psicológicos a largo plazo no fueron imprevistos. En mayo de 2020, investigadores de la Universidad de Columbia Británica publicaron un estudio en la revista Anxiety que predijo que aproximadamente el 10% de las personas en medio de la pandemia desarrollarán el síndrome de estrés COVID-19, después de hacer frente a problemas psicológicos graves, como el estrés por trastorno postraumático (PTSD) o trastornos del estado de ánimo o de ansiedad.

Alan Teo, profesor asociado de Psiquiatría en la Universidad de Ciencias y Salud de Oregon, atribuye el síndrome de la cueva a tres factores: hábito, percepción de riesgo y conexiones sociales. “Tuvimos que aprender el hábito de usar tapabocas, el distanciamiento físico o social, no invitar a la gente. Es muy difícil romper un hábito una vez que se lo adquiere. Existe una desconexión entre el riesgo real y lo que la gente percibe como riesgoso”. Teo agrega que hay un enfoque en “el riesgo de infección y muerte en lugar del riesgo de morir por estar solo y desconectado”.

Las personas se resisten a reanudar sus vidas anteriores al COVID-19 por diferentes razones. Algunos todavía tienen un miedo extremo a la enfermedad, mientras que otros no quieren renunciar a lo que encontraron que eran los beneficios positivos que obtuvieron del aislamiento forzado y la soledad. Muchos estudiantes, por ejemplo, en realidad han preferido su estilo de vida pandémico, especialmente por el dinero que han ahorrado al asistir virtualmente a la universidad. La vida después de la pandemia significa que tendrían que volver a mudarse de donde viven a donde estudian, y pagar un alquiler para ir a las clases a las que pudieron tomar desde casa.

Los avances en la tecnología han puesto a las personas en mayor riesgo de desarrollar hikikomori, una versión extrema del aislamiento social que dura seis meses o más y que superficialmente se asemeja a los efectos de la agorafobia, el miedo a los lugares abiertos o abarrotados. “La pregunta del millón es si la prevalencia de este tipo de condición extrema puede estar aumentando como resultado del COVID-19 -dice Teo-, particularmente en los jóvenes o adolescentes, donde el riesgo es mayor porque esa etapa es a menudo cuando este aislamiento social extremo ha sido identificado”.

Entonces, ¿qué se puede hacer si alguien tiene miedo de salir? ¿Las personas que padecen el síndrome de la cueva necesitan tratamiento profesional o solo un poco más de tiempo de adaptación? Gollan dice que todo depende del nivel de gravedad. Si una persona tiene síntomas de cansancio, depresión o ansiedad, aconseja medidas que le brinden un sentido de propósito en la vida: meditación, trabajo de fe, oración, tocar o escuchar música.

El tratamiento para los niveles más extremos de ansiedad requiere una psicoterapia eficaz con un profesional de la salud mental que pueda ofrecer terapia cognitiva u otros tratamientos que expongan gradualmente a una persona a una situación estresante para resolver sus miedos. A veces también se pueden usar medicamentos. Teo dice que hay un tipo de pensamiento distorsionado de que tal vez las cosas mejoren más adelante. “Según lo que entendemos sobre la inmunidad y las variantes que se incorporan, es todo lo contrario”, añade. Los especialistas coinciden en alertar sobre las dificultades sociales y psicológicas de volver a la normalidad, con extremas dudas sobre qué quedará en las mentes de las personas y en sus comportamientos cuando la última ola haya pasado.