Sus antepasados debieron convertirse durante la Inquisición: ahora Genie Milgrom ayuda a otros a rastrear sus raíces judías

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Genie Milgrom nació en una familia acomodada de Cuba, en 1955; vivió en una casona del barrio de Miramar, el más caro de La Habana, consentida por un batallón de servicio doméstico y nunca, jamás, tuvo que ordenar su propio cuarto, hasta que a finales de 1960, a casi dos años de la revolución cubana, se radicó en Miami con su padre, su madre, su hermana y sus abuelos. En los años que siguieron aprendió a tender la cama, doblar su ropa y barrer. Un día la madre la vio barrer el polvo hacia la puerta de la calle en el apartamento de Coral Gables donde se habían instalado, la detuvo:

Infobae

—Se hace hacia el centro de la habitación, y una vez allí recoges lo barrido —le explicó—. No se debe empujar el polvo hacia la puerta, ni sacarlo por ahí.

La abuela de Genie le había enseñado eso mismo a ella, al igual que muchas recetas y costumbres cotidianas. Eran tradiciones familiares, o de España, de donde era originaria su familia, creían. Pero resultaron ser prácticas de los criptojudíos, personas que debieron convertirse al catolicismo por la fuerza, para sobrevivir a la inquisición en España y Portugal, mientras mantenían, en secreto, la identidad religiosa del judaísmo.

Barrer hacia el centro es una de ellas, según los expertos en la vida de los anusim, los descendientes de los obligados a la conversión, en el continente americano. “Nuestras puertas tienen una mezuzá [un pequeño objeto que contiene dos líneas de la Torá en un pergamino], y cuando vino la inquisición tuvimos que quitarla“, contó Migrom a Infobae. “Las mujeres, para honrar el lugar donde debía estar la mezuzá, empezaron a barrer hacia dentro. Este tipo de cosas quedaron con nosotros”.

Milgrom creció en Miami, se graduó en un secundario católico y en una universidad católica, se casó y tuvo dos hijos. “Siempre fui una mujer espiritual, pero sentía algo que no podía identificar. En su búsqueda me acerqué al judaísmo, que siempre me había atraído. Después de casi 20 años de matrimonio, me separé: mi primer marido era un señor cubano católico. Me quedé sola con los dos hijos y decidí convertirme”, contó.

Tardó en hacerlo. Encontró mucha resistencia en su familia, que se preguntaba de dónde salía ese delirio místico. Y la denominación ortodoxa, que había elegido, no creía que pudiera mantener una casa kosher con dos adolescentes que no compartirían la fe de la madre.

Pasaron los años. Se casó por segunda vez, se volvió muy activa en la sinagoga. Entonces su abuela materna, Maneni, murió. Su madre le entregó el legado que Maneni había dispuesto para ella: una caja pequeña. La abrió.

—Había un hamsa, la mano de dios que usan los judíos y los musulmanes, y un par de aretes con la estrella de David —contó.

Milgrom comenzó entonces una investigación sobre sus antepasados. Averiguó que el pueblo español de Fermoselle, donde había nacido su abuela, ubicado junto a Portugal, donde el río Duero se junta con el Tomes, fue el hogar de muchas personas que antes de la inquisición habían sido judías. “En una larga búsqueda encontré que mi familia había vivido 613 años en Fermoselle”, continuó. “Y recuperé los documentos que probaban mi linaje judío, que tradicionalmente es por vía materna: logré encontrar 22 abuelas sin interrupción hasta 1405. ¡Viví como judía 10 años antes de descubrir todo esto!”

El rastreo resultó agotador y muy costoso: una rama de su familia vivió entre España y Portugal, y otra pasó a las Islas Canarias y luego al Caribe. Su investigación la llevó a estudiar documentos antiguos en todos esos lugares.

Muchas veces las mudanzas eran de un pueblo a otro, porque la inquisición había acusado a un miembro de la familia por llevar una camisa limpia el viernes para el Shabat, o por ayunar en un día diferente al del calenario católico. “Algunos se fueron a Portugal, donde practicar en secreto estaba mucho más difundido que en España. Pero la persecución de mi familia parece terminar en 1690, cuando tiraron las manos arriba y ya. Pero entonces es cuando empiezan esas tradiciones escondidas. Mi abuela me enseñó todo a través de la cocina. Y cuando me casé con mi primer esposo en la catedral, mi abuela y mi mamá nos pusieron una mantilla de tela en los hombros, diciéndonos que era una tradición española, pero en realidad viene de la tradición sefardí de poner el paño de rezo sobre los novios”.

A lo largo de los años publicó varios libros con sus hallazgos: Cómo encontré a mis 15 abuelas, De la pira al fuego y Recetas de mis 15 abuelas, entre ellos, ambos en inglés y en castellano, porque también su experiencia personal resultó un mosaico cultural como su ascendencia. Comenzó también un trabajo para difundir sus esfuerzos, que la llevó a publicar en el Jerusalem Post y en The Miami Herald como a hablar ante la Knesset y el Parlamento de la Unión Europea, y por el cual recibió la Medalla de las Cuatro Sinagogas Sefardíes de Jerusalén y el premio de Genealogía del Estado de la Florida.

—Logré que el tribunal religioso Bet Din de Jerusalén me diera un retorno, que reconoce mi identidad judía más allá de la conversión. De hecho, sin conversión mis hijos y mi nieta por mi hija son judíos también. Desde ese momento he estado haciendo mucho trabajo con estos descendientes de criptojudíos, que según el demógrafo Sergio de la Pérgola son 50 millones de personas. Otros trabajos, basados en estudios de ADN, dan cifras más altas de hispanoamericanos con raíces como las mías. No quiere decir que todos van a regresar y van a guardar el sábado y todas esas cosas. Pero muchos tal vez quieran conocer sobre sus ancestros.

—¿Cómo trazó la genealogía?

—Busqué en los expedientes católicos, que es la manera de seguir el enlace hacia atrás, los bautizos, los matrimonios y las defunciones. Es como hacer genealogía pero de un modo diferente, porque hay que interpretar algunas cosas escondidas.

—¿Por ejemplo?

—Muchos certificados de bautizo de mis abuelas dicen que fueron bautizadas en la casa “bajo necesidad”. Eso quiere decir que estaban tan enfermas que no podían llevarlas a la iglesia, pero en realidad es lo que hacían las familias para no bautizar a los hijos. Vi además que había curas y muchas monjas en la familia y que en los testamentos siempre se dejaba dinero a los mismos conventos: allí se albergaba a los que necesitaban esconderse. Y también encontré tres o cuatro fondos para que las novias al casarse aportaran una dote.

—¿Cómo hizo la búsqueda en los archivos?

—Muchos de esos documentos de la inquisición no están digitalizados: están en cajas sin orden alfabético, cajas que dicen “De 1480 a 1560″, por ejemplo. Hay que buscar físicamente en cada sitio, lo cual cuesta un dineral. Por eso cuando terminé mi investigación personal decidí que iba a ayudar a los que venían detrás de mí. Contacté al dueño de una de las compañías de ADN más grande de Israel, MyHeritage, y le pedí si él podía patrocinar esto a nivel mundial: los archivos de Cartagena, México, Lima, Portugal, España, Goa, India y Macao. Estuvo de acuerdo.

Así nació el Proyecto de Genealogía de los Conversos, que Milgrom dirige desde 2015. Acostumbrada por su trabajo como empresaria de la industria farmacéutica —el negocio de su abuelo y su padre—, armó un business plan para el emprendimiento. Con un cronograma en la mano se dispuso a volar a los archivos, conseguir contratos para digitalizar y coordinar el ingreso de los escáners.

“Pero estamos en 2021 y sigo chocando con una enorme cantidad de paredes. Los expedientes de la inquisición no solo tienen páginas y páginas de nuestras genealogías, sino cosas muy feas también: torturas, quemados vivos”, recordó. En su propia familia hay más de 40 mujeres muertas en la hoguera. En un momento pensó que el Vaticano podía estar obstaculizando el acceso, o acaso las burocracias nacionales. “Por fin en agosto, en plena pandemia, logramos firmar el primer contrato: con Portugal. ¡Seis años! Nada me tarda tanto. Ya hubiera encontrado yo la genealogía de 45 personas”, protestó. En México también ha avanzado, en conjunto con la experta local Alicia Gojman.

Actualmente trabaja para Kulanu, una organización que supervisa las comunidades emergentes de los anusim. “Durante la pandemia hice una pequeña academia por Zoom y los martes por la noche doy clases de judaísmo en español a 400 estudiantes. Mi esposo lo hace en en inglés y en francés, y una profesora venezolana enseña al grupo cómo hablar y escribir hebreo a través del español”, detalló.

Su tarea principal con ellos es la vinculación de los grupos en América Latina. “Cada vez que en Israel me preguntan, pensando en darles sus derechos, cuántos hay, yo empiezo: ‘En el norte de El Salvador hay 20, en Nicaragua hay 40, y en Monterrey, México hay…’ Yo quiero tocarle la puerta al ministro de Diáspora de Israel y darle una cifra exacta. Así que estoy tratando de organizarlo”.

—¿Qué sucedió cuando su familia comprendió que su conversión tenía otro sentido más allá del individual?

—Toda mi familia conoce su pasado, su legado, y ahí están los arbolitos de Navidad mientras yo celebro Janucá. La realidad es que esto es una trayectoria del alma. A mi mami le resultó muy duro, pero en el año 2014, cuando cumplió 87 años, me dijo: “Quiero que me lleves a tu rabino”. Mi esposo la llevó y la escuchó decirle al rabino: “No quiero morir católica”. Debido al decreto que me dieron en Israel, la familia es judía, pero debía hacer un acto para tomar su identidad y la acompañé a realizarlo, prendimos las velas juntas. Poco después comenzaron las manifestaciones de su Alzheimer. Su regreso al judaísmo fue lo último que hizo con pleno dominio de sí.

Para ayudar a su madre, que aun vive a los 93 años, comenzó a ir más seguido a su casa, y en una ocasión encontró un cajón lleno de documentos, algunos de los cuales eran los que ella había rastreado con tanta dificultad durante años. “¡Al principio me entró una clase de coraje! Me senté en el piso de la cocina de ella, miraba los cuños y los sellos originales y decía ‘No es posible, no es posible’. Después se lo agradecí. Podría haberlos destruido, pero ahí estaban”.

—¿Cree que su madre comprendía el significado de esos documentos?

—Hay una memoria genética, y creo que allí está inscripto el miedo. Me gusta pensar que mi madre y mi abuela no me quitaron algo sino que me protegieron.