“Si los referidos éxitos dependieron, en los inicios del siglo XVI, del análisis de las circunstancias y de poner en remojo lo que antes se pensaba sobre ellas; si se sugirió la necesidad de darle la vuelta a un entendimiento de la escena para que se llegara a finales victoriosos antes de que cayera el telón, ¿no tiene sentido seguir el consejo, que no sale de cabeza inexperta, cuando se debe completar un capítulo que puede ser estelar para la política venezolana del siglo XXI, como la posibilidad de salir de una dictadura?”.
Maurizio Viroli, uno de los investigadores más meticulosos de la obra de Maquiavelo, le da importancia a la experiencia de observador y consejero que lo llevó a escribir El Príncipe. En La sonrisa de Maquiavelo, (Tusquets, 2022), un precioso libro sobre la vida del revolucionario de la teoría política, se detiene en fragmentos de su correspondencia a través de los cuales vemos cómo la observación de la realidad, reforzada por su experiencia y su ocupación de historiador, conduce a la creación de una obra capaz de superar el paso del tiempo. En la posteridad, cuando se deben observar y criticar los asuntos políticos, se hace imprescindible el aporte del secretario florentino por la capacidad que tuvo de relacionar los fenómenos del pasado con las urgencias de su presente, se desprende del análisis de Viroli. Ahora volveremos a una carta que escribe en agosto de 1506, en la cual se observa con claridad el punto. Después el lector venezolano de nuestros días discernirá sobre su utilidad, si no le parece vano.
Maquiavelo está entonces en misión ante el Papa Julio II, y debe escribir con frecuencia a sus jefes de Florencia sobre el avance de las gestiones. En el conjunto de cartas que envía entonces hay una para su amigo Giovan Battista Soderini, sobrino del confaloniero, en la cual trata asuntos que ahora pueden interesar. Asegura a su destinatario que para entender las acciones de un príncipe religioso de entonces, se precisan unas referencias sobre la relación de los políticos y los guerreros del pasado que ayuden a encontrar fórmulas capaces de un contacto realmente eficaz con un pontífice belicoso y armado hasta los dientes que los lleva por la calle de la amargura. De allí que invite a una excursión hacia los predios de la antigüedad, que después se acercan a sucesos recientes que les dan relevancia.
“Debido a que los tiempos y la naturaleza de las cosas cambian, mientras los políticos, como los hombres en general, no modifican sus prejuicios ni sus conductas”
Pone a Soderini frente a unas situaciones susceptibles de atento análisis, porque en apariencia parecen contradictorias. Sigamos el contenido de la correspondencia, guiados por Viroli: “¿Cómo se explica que Aníbal haya logrado, con la perfidia, la crueldad y el desprecio a la religión ganarse la admiración de los pueblos de Italia, en tanto que Escipión, en España, consiguió el mismo resultado con la piedad, la fidelidad y el respeto a la religión? Y más aún: Lorenzo de Médicis logró conservar su poder desarmando al pueblo de Florencia; Giovanni Bentivoglio logró el mismo objetivo armando al pueblo de Bolonia, e igualmente ocurrió con Francesco Sforza y el duque de Urbino, que conservaron sus estados, uno edificando fortalezas y el otro destruyendo las que existían”. ¿Qué pretende demostrar Maquiavelo, a través de estas referencias?
Algo simple, en apariencia: los políticos ganan o pierden, triunfan o fracasan, si sus planes se ajustan a la naturaleza de las cosas y a las señales de su tiempo. ¿Por qué, según el autor de El Príncipe? Debido a que los tiempos y la naturaleza de las cosas cambian, mientras los políticos, como los hombres en general, no modifican sus prejuicios ni sus conductas. Así lo comenta Viroli, después de mirar con calma la misiva: “Si los hombres supiesen comprender la naturaleza de los tiempos y de las cosas, y cambiar su manera de obrar en consecuencia, resultaría cierto, entonces, que el hombre manda sobre los astros y los hados. Pero dado que los hombres tienen la vista corta y no logran cambiar su propia naturaleza y manera de obrar, casi siempre ocurre lo contrario, es decir, que la fortuna varía y manda sobre los hombres, y los tiene bajo su yugo”.
Las letras de Maquiavelo y el comentario de Viroli nos conducen a pequeños teatros manejados por las limitaciones de unos protagonistas que solo aciertan cuando estudian en forma concienzuda el contorno que los desafía, un requisito que únicamente funciona a través de conductas lúcidas como la de los guerreros y los hombres de gobierno referidos en la correspondencia remitida a Soderini. Los protagonistas de la historia mencionados en la misiva estudiaron un rompecabezas específico, un reto singular e irrepetible, y de ese examen salió una conducta sin vínculos con lo que pudieron antes considerar como esencial, y tal vez sin relaciones con lo que harían en el futuro. Maquiavelo trata casos concretos, sin la pretensión de explicar los grandes procesos que supuestamente envuelven la conducta de las criaturas de la historia, para llamar la atención sobre los nefastos resultados que habitualmente producen los prejuicios o los preconceptos en el entendimiento de los negocios públicos, o la idea de que la política depende de destinos inapelables y casi sagrados que se deben aceptar en términos inexorables, y sobre cuya evolución solo deben influir preceptos o lineamientos superiores e inamovibles.
Si los referidos éxitos dependieron, en los inicios del siglo XVI, del análisis de las circunstancias y de poner en remojo lo que antes se pensaba sobre ellas; si se sugirió la necesidad de darle la vuelta a un entendimiento de la escena para que se llegara a finales victoriosos antes de que cayera el telón, ¿no tiene sentido seguir el consejo, que no sale de cabeza inexperta, cuando se debe completar un capítulo que puede ser estelar para la política venezolana del siglo XXI, como la posibilidad de salir de una dictadura?