Venezuela se perfila como uno de los países más caros del mundo

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La reflexión sobre cómo el costo de la vida en Venezuela aumenta diariamente ocupa gran parte de mi tiempo. Antes no había prestado tanta atención a este tema, a pesar de que vivo en un país con hiperinflación. No me gustan las cuentas ni los presupuestos. Pero la realidad económica frente a los compromisos abruma.

Por: Grisha Vera / El Pitazo

Este artículo no tiene la pretensión de ser un análisis macroeconómico del país. Tampoco ofrece una especie de ranking que compara los precios de los bienes y servicios en Venezuela con el de otros países, como lo hace anualmente la reconocida encuesta The Economist Intelligence Unit. La comparación se centra entre el costo de la vida y el poder adquisitivo.

El objetivo es que los venezolanos que están fuera conozcan mejor la situación y que quienes estamos dentro reflexionemos sobre nuestra realidad económica. Por ello, no tomaré en cuenta los indicadores económicos, sino lo que veo todos los días a mi alrededor y en las noticias.

El meollo del asunto está en que los precios de servicios y alimentos, que por muchos años se mantuvieron subsidiados (por eso rendían tanto los dólares), en los últimos 24 meses se equipararon (incluso superaron) al valor en el mercado internacional. Pero los sueldos no van en la misma vía.

Hace tres o cuatro años muchos profesionales venezolanos deseaban ganar al menos entre 100 y 200 dólares, situación que muchos que no han pisado territorio venezolano en la última década pondrían en duda. Los 200 dólares les alcanzaban para alimentarse bien ellos y sus familias, pagar servicios y hasta recrearse. Incluso la mencionada encuesta ubicó a Caracas como una de las ciudades más baratas del mundo en 2019.

Pero en 2020 los subsidios empezaron a desaparecer. La gasolina, la televisión satelital o por cable, el internet y el gas se elevaron a costos similares a los de las naciones vecinas.

En algunos países de América Latina y Europa los servicios básicos de salud y educación son gratuitos para ciertos sectores de la población. En Venezuela, en cambio, las familias deben pagar para garantizar la mínima atención y calidad. Inscribir a tus hijos en una escuela pública puede implicar que pase el año sin ver clases o sin tener profesores en una o varias materias. Atender una situación de salud en un centro público puede implicar que primero llegue la discapacidad o la muerte antes que la atención médica por la crisis en el sistema sanitario. En otros países, las clases más bajas pueden acceder a algunos servicios básicos de forma gratuita en pro de garantizar sus derechos humanos. En Venezuela, esas mínimas atenciones se deben pagar a precios internacionales.

Hay quienes cuentan con las posibilidades y oportunidades de mantener su posición social y algo de la calidad de vida porque se han adaptado a pagar los servicios y comida sin subsidio. Pero ya no cuentan con créditos hipotecarios o tarjetas de créditos. Todo lo deben resolver con el efectivo disponible o ahorros, si aún les quedan. Perder el teléfono celular en Venezuela, por ejemplo, es una tragedia. Reponerlo implica un esfuerzo muy grande para un venezolano promedio.

La mayor parte de las personas que viven en Venezuela simplemente no pueden con los nuevos costos. Por ello, la pobreza en el país cada día se extiende más. Tanto como las colas para surtir de combustible a precio subsidiado o para ser atendido en un hospital por un problema grave de salud. El pobre cada vez madruga más, se alimenta peor y el acceso a los servicios es limitado y en muchos casos nulo.

Ahora, un balance de los sueldos resulta aún más desolador y, aunado a lo anterior, es el factor que, en mi perspectiva, perfila a Venezuela como una de las naciones más caras del mundo. Los profesionales que trabajan en el sector público ganan entre seis y diez dólares al mes; los pensionados y las personas que ganan sueldo mínimo apenas cobran dos dólares; los bonos que transfiere el gobierno a la población más necesitada rondaron entre los tres y cuatro dólares en el mes de agosto. Un vendedor en una farmacia o comercio de comida puede cobrar entre 30 y 50 dólares mensuales, con la promesa del pago de bonos por desempeño que no sumará a final de mes los 100 dólares. Algunos profesionales que trabajan para el sector privado pueden ganar entre 300 y 500 dólares mensuales, aunque no son muchos, porque para abril de este año el salario promedio en el sector privado era de 70 dólares. En contraste a este panorama salarial, la canasta básica alimentaria (incluye 60 rubros) en el país se ubicó en 299,46 dólares para el mes de junio.

Frente a este escenario surge la interrogante: ¿cómo hacen los venezolanos para vivir? Hay muchas respuestas, dependen de las oportunidades y perspectivas del país y de la vida que tenga cada familia. La mayoría se rebusca, hacen cualquier actividad para obtener algunos ingresos que les permitan sortear el día a día. Otros tienen dos y tres trabajos, o trabajan y reciben remesas. Unos cuantos, no tantos realmente, se han enchufado en los negocios del chavismo y un grupo, que tampoco es mayoritario, ha encontrado oportunidades en la adversidad y en la escasez, pero generalmente funcionan al margen de la ley.

Venezuela cada día se convierte en un país más informal e injusto. El gobierno promete, por tercera vez, solventar la situación económica con una nueva reconversión monetaria mientras los especialistas advierten que no es la solución. Incluso basta recordar que la última experiencia fue apenas hace dos años. El poder adquisitivo de esos últimos grandes sueldos, después de eliminar cinco ceros al bolívar, duró apenas unas semanas. Esta medida junto a la exoneración en el pago de impuesto a las importaciones, vigente a partir de noviembre, parecen apuntar a que el costo de la vida en Venezuela crecerá más y más.

Así, todos los pobres, y no tan pobres, vivimos una misma realidad: en Venezuela el dinero cada hora alcanza para menos.