VOLVER LA VISTA ATRÁS: Lo que dejamos atrás mientras avanzamos en el camino de la vida

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Escribidores, I Festival Literario de América y España, reunió en Málaga, por iniciativa de Mario Vargas Llosa a destacados escritores, entre ellos, el autor colombiano Juan Gabriel Vásquez

Por Antonieta Jurado – El Nacional

A través del disfrute del mundo de las letras y la literatura acudimos a Escribidores, I Festival Literario de América y España, una gran cita literaria cultural convocada por el Premio Nobel Mario Vargas Llosa con Colombia como país invitado.

Un encuentro donde se abren los espacios del diálogo a las nuevas formas de narrar, a la influencia de las tecnologías en la literatura y a las cada vez más porosas fronteras entre disciplinas y propuestas narrativas.

El evento titulado «Colombia: de Macondo a la ciudad» se realizó este 4 de marzo en horas del mediodía con Juan Gabriel Vásquez, uno de los escritores latinoamericanos más importantes de la actualidad. Ganador del Premio de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa 2021 por su novela Volver la vista atrás.

Sus novelas hoy se publican en veintiocho idiomas y ha sido honorado además con premios como el Roger Caillois, por el conjunto de su obra, y ha recibido la condecoración de la Orden de Isabel la Católica, concedida por el Rey de España.

El propio nobel Mario Vargas Llosa habló sobre la más reciente novela de este escribidor, Volver la vista atrás.»Quiero felicitarlo por su trayectoria, por su novela que me ha gustado mucho, su forma de crónica que es muy acertada. Creo que es una de las grandes novelas que se han escrito en nuestra lengua», dijo.

Sobre Volver la vista atrás, Vásquez nos revela del por qué de su título. «Es evidentemente ese verso de Antonio Machado que habla de lo que dejamos atrás mientras avanzamos en el camino de la vida».

El acto fue presentado por Álvaro Vargas Llosa en el Salón Espejo del Centro Cultural de Málaga.

-Antes de entrar en los temas específicos de tus novelas, Juan Gabriel, quisiera que hablemos del rol del escritor, de la función del escritor.

-«Mientras tengamos preguntas la novela será necesaria», dijo Vásquez

-Además -continuó Vargas Llosa- de esta frase que comparto, en general, hay una que a ti te llamo mucho la atención y a mí también y qué coincidencia. Esto lo leí en una entrevista tuya donde nombras a Vidiadhar Surajprasad Naipaul, y le preguntaron cómo les preguntan a tantos escritores. ¿Porqué que viven fuera de su país? Entonces él habló «de una figura de la zoología, el ‘inquiline’, que es una palabra muy arcaica en inglés y en español la traducción es inquilino, pero en inglés suena mucho más arcaico y rinde la idea de un animal que habita en lugar de otro, de un animal de otra especie, una especie de parásito, pero no es un parásito, porque no tiene un efecto del etéreo, no tiene un efecto perjudicial y sin embargo si está, en cierta forma, parasitando un poco en lugar de otros. Pero, no en relación con el hecho de que tú has vivido fuera de Colombia, ahora vives allí, pero has vivido fuera, sino sobre el rol del escritor, decir del novelista, ¿en cierta forma es un inquilino perpetuo?

-La función de un novelista está determinada por la extrañeza, la sensación de extrañeza de no entender del todo el lugar donde estás, de querer explicarlo o explorarlo a través de las preguntas que es una obra de ficción. La idea con la que crecemos del novelista es como el que explora y explica lo que conoce y entiende, y solemos pensar que, si Dostoievski escribía sobre San Petersburgo o Mario Vargas Llosa sobre Lima, es por que son los lugares que entienden y dominan y por eso los explican. Creo que es todo lo contrario. Los novelistas escriben sobre lugares que representa un misterio para ellos y que el misterio parte de la idea de que entienden algo, pero de repente ese algo les sorprende y es impredecible, hay zonas de sombras, en un lugar que creíamos que conocíamos porque en él crecimos, porque hablamos su lengua, porque conocemos sus tradiciones y las reglas de su vida en sociedad y cuando en ese panorama, de repente, hay algo que se nos revela, que no lo entendemos del todo, que el lugar es misterioso, es mucho más ambiguo de lo que pensábamos, de lo que entendemos, hay sombras y secretos, ahí escribimos una novela que responde a la sensación de misterio, o de ambigüedad o de secreto. No sé escribe una novela sobre lo que entiendes perfectamente, se escriben novelas a partir de lo impredecible, de lo incomprensible, de lo misterioso y eso transforma al novelista en una persona que constantemente esta en búsqueda de esa tensión, de esa sensación de desacuerdo con su medio».

«Para mí fue definitivo irme de Colombia -continuó Vásquez- cuando tenía poco menos de veinte años, cuando quería ser novelista. por varias razones. Una de ellas, por la que pase tanto tiempo por fuera, fue que desde afuera podía entender de mi país, a través el lenguaje de la ficción, cosas que siempre habían sido misteriosas, que siempre habían sido incomprensibles».

«Cuando volví a Colombia hace 10 años, ya con varios libros publicados, tuve algo de ansiedad, sentí una especie de miedo, de que al volver se desactivara esa sensación de extrañeza o de alejamiento que alimentaba mis ficciones, que estaban alimentadas por la idea de que no conocía y no entendía a mis país, por lo tanto estaba escribiendo sobre él y pensé que al volver, tal vez, eso se podía desactivar y resultó que los años de vida afuera, que las circunstancia tan particulares de mi país, que es tan extraño, tan misterioso, que nos sorprende constantemente, que desafía nuestra imaginación constantemente. Eso tuvo un efecto contrario, volví para sentirme extraño en mi país, para sentir todavía esa sensación de desacuerdo, de tensión con los que se alimentan las ficciones para mis novelas que escribí sobre Colombia. Estando de regreso, a partir de la primera, La forma de las ruinas, mis novelas aún son más obsesionadas por la historia colombiana, que las que escribí antes de ser un inquilino en el sentido de Naipaul», continuó el escritor.

-La idea -expuso Álvaro Vargas Llosa- de que algún escritor o novelista escribe no de lo que sabe y conoce; sin embargo, Juan Gabriel, el punto de partida tiene que ser algo que conoce, para que no haya artificio sino haya autenticidad. Hay un misterio, una creencia y hay tipos humanos, geografías, hay cosas que conocen, cosas reales y a partir de ese momento penetra eso sí en un mundo de misterio.

-De ahí parte toda la figuración del novelista como investigador de un misterio, -responde Vásquez-, de un secreto para que surja esa curiosidad o esa sensación de misterio, antes tenía que haber sentido que conoce un espacio y el espacio te sorprende. Esa es la razón por que yo a veces escribo sobre Dublín, no es el lugar que conoces perfectamente, que no tiene secretos para él, ese lugar que creías conocer y de repente te das cuenta de que hay algo que te sorprende. El novelista no escribe en un vacío, ni que conoce, ni desconoce por completo; escribe sobre un lugar que creía conocer, de repente hay algo que te insinúa una verdad distinta. Sugiere que hay una historia inexplorada que esta incompleta. En mi caso, muchas veces el paisaje de lo que crees conocer es la historia, la historia colombiana está ahí en los libros, está en los documentos, en los papeles en los que conocemos, pero algo me sugiere realmente esta historia que nos ha mentido, la han distorsionado, que hay una zona algo inexplorada, que esta incompleta y ahí entra la novela. Cuenta lo que la historia no puede contar».

Vargas Llosa le recordó a Vásquez: «Te escuché una vez decir que la novela inventó el ser humano, no que el ser humano inventó la novela, con la idea de que las novelas que inauguran la era moderna son, en cierta forma, novelas que hacen de personajes no importantes, personajes sencillos, seres interesantes y cuando se descubre que cualquier persona tiene una historia interesante que puede ser contada ahí, surge el ser humano en la versión humanista. Por tanto en cierta forma es el origen de la tolerancia».

-Yo creo que fue en una conferencia en la que escuché decir que el ser humano no inventó una novela, sino que la novela inventó el ser humano con la idea de que las novelas, digamos, inauguran la era moderna y cuando se descubre que cualquier persona tiene una historia interesante que puede ser contada allí, surge, digamos, el ser humano. Es por tanto esta forma el origen de la tolerancia, sí, y yo creo que hay una entre las muchas transformaciones que trajo nuestra manera de entender el mundo y de pensar en los demás, la ficción en prosa yo creo que quizás la más importante es la idea que está contenida en Don Quijote, por supuesto, pero para mí más que en Don Quijote incluso en un librito muy pequeño que se publicó cincuenta años antes, el Lazarillo de Tormes que es una obra anónima. No sabemos todavía quién lo escribió, hay muchas teorías, pero todo el mundo está de acuerdo en que el autor de la novela definitivamente no es alguien como su personaje, su personaje es un muchacho de origen muy humilde, sabemos que no fue alguien como ese muchacho, sabemos que fue un aristócrata, una persona culta leída que era capaz de citar a Plinio y capaz de recordar a los clásicos griegos en un pequeño prólogo que tiene el libro, que tenía acceso a libros que con toda probabilidad formó parte de un círculo de humanistas y de filósofos y es muy probable que haya tenido incluso conversación con Erasmo de Rotterdam, era completamente opuesto dentro de los esquemas sociales de la España del XVI al Lazarillo de Tormes. Entonces estamos ante un acto no solo de imaginación, de meterse en la piel del otro, sino de meterte en la piel de alguien que sí que no tiene un peso social, no tiene poder social, que es una persona humilde y es un acto de humanismo. Nos invita a un ejercicio de imaginación del otro, que es la novela contemporánea, la novela moderna.

Un poquito de cocina literaria -propone Álvaro Vargas llosa- sobre tu método de trabajo. Este el momento tienes que confesar que coges una botella de güisqui, te pones medias amarillas, haces el amor antes de escribir… cuéntanos manías tuyas sobre cómo escribes. ¿Cómo es tu método?

-La escritura de ficción es tan ridículamente difícil. Estamos ante una historia que no existe, que no ha sucedido y para las cuales no hay reglas. Uno lo puede escribir de cualquier manera, cuando traduces tienes el apoyo de un texto original, cuando escribes un ensayo, tienes el apoyo del libro que estás interpretando, cuando escribes de política tienes el apoyo de la realidad. Prescripción es trabajar en un vacío y eso yo creo que genera tanta ansiedad que es ahí cuando los novelistas empezamos a tener rituales extraños, manías, porque son las maneras de paliar esa ansiedad y tranquilizarnos. Ernest Hemingway tajaba siete lápices todas las mañanas antes de sentarse, ponerse de pie para escribir, porque escribía de pie. Yo tengo varios rituales, el whisky no es uno de ellos en la mañana, pero sí lo es al finalizar la tarde. Todas las mañanas cuando estoy escribiendo un libro antes de comenzar leo las mismas treinta páginas de otro libro, que por razones misteriosas, que yo no entiendo, bien me sirve como una especie de diapasón para el mío, diapasón en el sentido de dar la nota, no lo sé y al día siguiente vuelvo a leer las mismas 30. Para El ruido en las cosas al caer leí El Gran Gatsby. A ver ¿qué tiene en común con mi libro? Había una un ritmo, una música. Cuando un poeta escribe poesía sin rima, los valores que está tratando de buscar son los de una música interior de las palabras, un ritmo secreto de las palabras, eso es lo que yo estoy buscando cuando leo estos libros, contagiarme un poco de ese ritmo y de repente me doy cuenta en la mitad de la novela de que ese ritmo ha hecho que mis frases se alarguen y se vayan a demasiadas líneas; entonces tengo que buscar una neutralización y me pongo a leer a Hemingway con sus frases cortas y tajante, y si mi frases se vuelven demasiado cortas leo a Marcel Proust y me acompaña todas las mañanas antes de sentarme escribir el mío. Es para entrar en una especie de calistenia mental o de entrar en esa ritmo de para cabalgar sobre su ritmo. Eso es una de las de las manías más confesables que tengo.

-Yo quisiera referirme -acota Vargas Llosa- a la última novela de Juan Gabriel Vásquez, Volver la vista atrás, para narrar la historia. ¿Trabajaste mucho antes de elegir hacer las crónicas ?, ¿o desde el principio salió como resultado de un trabajo puramente interior?

-La parte de crónica que tiene la novela se montó a partir de unos episodios que sus protagonistas me iban contando, es la reconstrucción de la vida de una persona, Sergio Cabrera Cárdenas, y su familia. Fue un proceso muy largo de oír mucho, más de lo que quedó al final y de escoger lo que quedó al final.

-Lo que lo que más me impresionó en la novela, -agrega Vargas Llosa-, es que sus niños, que son tan respetuosos con el padre, que obedecen absolutamente de una manera automática todas las instrucciones que el padre les envía por cartas y que no se revela nunca, nunca, ese padre que tiene, esas direcciones que les impone a los niños de manera tan clara y evidente.

-Después de 30 o 40 horas, que finalmente no son tantas de conversación con ellos, me di cuenta de que mi tarea era coger todo este material y encontrar el relato que contenía un relato, la novela cuenta una historia, es una historia política moral, emocional, pero una historia, yo no hago telas de estos personajes que hubiera sido escribir una biografía. En la práctica encontré todas esas vidas, el hilo de episodios que contaba en una historia que a mí me importaba que era la de nuestra relación con las ideologías, una parte del siglo XX, en esta relación con las condiciones y los fanatismos, una relación de familia también para contar. En esta historia yo tenía que escoger episodios como lo hace un cronista, utilizar el lenguaje narrativo para escoger ciertos episodios que construyeron una historia. Con ese criterio se hizo un proceso muy largo de siete años, de seguir oyendo a los personajes, de seguir investigando, para encontrar en el magma de la historia, encontrar la el relato que yo quería contar. En cuanto a los niños y su relación con este padre, claro que fue para mí fascinante ser testigo en cada conversación con ellos, ser testigo de la ambigüedad de esa relación, de la tensión de esa relación que tenía todavía ahora cuando hablaban conmigo. Fue una de las motivaciones para escribir este libro Volver la vista atrás, darme cuenta de que ni siquiera ellos tenían claras las razones por las que hicieron lo que hicieron y que había mucho más ambigüedades de lo que de lo que dejaban ver y en algún momento me di cuenta de algo, que siempre me ha fascinado, y es el poco control que tenemos sobre nuestras decisiones, cómo nuestras decisiones, sobre todo si son políticas, pero también las otras, las decidimos nosotros solo en parte y una inmensa parte de esa decisión viene dictada por fuerzas misteriosas que son el pasado y el pasado de la familia, el pasado del país. Yo estoy seguro de que la decisión de Sergio Cabrera de entrar a la guerrilla en 1969 no nació con él, nació cuando su familia fue expulsada de la España en guerra. Ahí nació esa decisión: vivir la vida de tal suerte que viva quede en la muerte.