Que Nicolás Maduro haya sido uno de los pocos en apoyar abiertamente a la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin, no sorprende. En fin, la Rusia autócrata es una de las pocas naciones “amigas” que le quedan en el mundo. Ya con Chávez se había convertido en el principal proveedor de equipos militares, unos 11.000 millones de dólares, según resume un vocero de la empresa rusa Rosoboronexport. El exjefe de contrainteligencia de Maduro, general Christopher Figuera, alude, por su parte, a la existencia de dos bases militares rusas en territorio nacional Por otro lado, la firma rusa Rosneft fue socia de Pdvsa en la explotación de campos petroleros venezolanos, fue instrumental en la evasión inicial de las sanciones impuestas en contra de esta por Estados Unidos hasta que se vio obligada a vender sus activos en el país (a otra empresa rusa) para evitar ser, también, sancionada. Y en estos últimos años, cuando Putin se afana en meterle el dedo en el ojo a Estados Unidos buscando que este lo respete como superpotencia, es notorio el papel de Venezuela como peón para tales propósitos. Lejos de ser “amiga”, la Rusia de Putin ha hecho del régimen de Maduro vasallo de sus ansias imperialistas mundiales.
Para “justificar” su asalto a Ucrania, Putin ha recurrido al guion utilizado antes por Hitler para cogerse territorio checo (los Sudetes): alegar la necesidad de defender a nacionales suyos que ahí estaban en peligro. Pero con un cinismo descarado que lo delata, Putin declara que la invasión procura “desnazificar” a Ucrania. Tanto el presidente como el primer ministro de Ucrania, a quienes acusa de neonazis, son judíos. Y, al igual que el führer, evoca mitos históricos que pregonan la primacía de la tierra y la sangre –¡Blut und Boden!—para argumentar que Ucrania pertenece, en realidad, a Rusia. Requiere de un espacio vital, un ansiado lebensraum, que le proporcione sosiego ante el pretendido acoso de sus enemigos: la OTAN, cuyo pilar principal es la mayor potencia militar del planeta, Estados Unidos.
Y es ante tan deleznables argumentos que se doblega Maduro en su adhesión a este crimen, asistido, seguramente, por la ilusión onanista de estar alineándose con la otrora Unión Soviética, “gloriosa patria del proletariado mundial”. Pero en realidad, no hay forma de encuadrar su sumisión en tal marco ideológico. Sus alegatos “revolucionarios”, “antiimperialistas” se desmoronan ante lo que es, sin duda, el zarpazo más cruel y brutal de un régimen imperialista en mucho tiempo. Asimismo, la cantinela sobre la profesión de paz, tan cara a la propaganda soviética, se estrella ante la arremetida militar de Putin. La Unión Soviética invadió a Hungría en 1956, a Checoslovaquia en el 67, a Afganistán a comienzos de los ochenta, y financió las aventuras militares de Fidel Castro en África y América Latina. Para no quedarse atrás, Putin procedió a desmembrar por la fuerza a Georgia en 2008, incursionó el año pasado en Kazakstán y, ahora, violenta la soberanía de Ucrania. Pero Maduro y sus secuaces insisten en hacer gargarismos retóricos para absolver su servil anuencia, proyectando al nuevo zar ruso luchando contra la “derecha” en Ucrania (¡!). ¿Existirán chavistas que se traguen todavía semejante basura?
Putin comenzó su agresión a Ucrania mucho antes, como se sabe, anexándose la península de Crimea en 2014. A comienzos de ese año, Víktor Yanucóvich, virtual títere de Putin en la presidencia de ese país fue ahuyentado del poder por la llamada “Revolución Naranja”. En respuesta, Putin fomentó y armó un movimiento separatista pro-ruso en la región fronteriza del Donbás. Éste había sido contenido hasta la fecha por las fuerzas ucranianas en un sangriento conflicto que ha acumulado unas 14.000 bajas.
Ello revela lo que asoma la escritora Anne Applebaum como la explicación más creíble de la agresión de Putin. Además de su notorio anhelo por restaurar el poderío imperial que desapareció con el colapso de la antigua Unión Soviética –¡cuidado los países bálticos!-, Putin no podía tolerar que un régimen democrático, independiente, se afianzara en un país vecino, eslavo, con tantas similitudes con el suyo. Era un ejemplo demasiado peligroso de los cambios a que podían aspirar los rusos. De ahí su necesidad de acabar a Ucrania como país independiente y soberano. Solo se conformará con otro títere ahí.
Sucede que Putin es tenido por algunos como uno de los hombres más ricos, no sólo de Rusia, sino del mundo. El gigante euroasiático es regido hoy por un “capitalismo de amiguetes” (crony capitalism) que ha entronizado a una opulenta oligarquía, beneficiaria de los despojos de la Unión Soviética. Se trata de una poderosa cleptocracia. Putin ocupa su jefatura política. Ha demostrado estar dispuesto a lo que sea para defenderla, como lo evidencia el asesinato de periodistas y opositores políticos, amén de sus conocidas marramucias para prolongar su estadía en el poder hasta 2036. Todavía está fresco su intento por envenenar a su principal rival político, Alexei Navalny, ahora preso bajo cargos inventados.
Y he ahí otra razón para la afección de Maduro y los suyos con semejante déspota. Junto a la autocracia comunista que reina en China – muchos de los chinos más ricos de ese país son miembros del Comité Central del PCCh-, constituyen un poderoso ariete para embestir contra la democracia liberal. En fin, Maduro y sus cómplices, en particular los militares corruptos, están también al frente de una corporación criminal que depreda a Venezuela y que ve en la restauración del Estado de Derecho y las libertades democráticas su principal amenaza. Conforman una oligarquía mafiosa. El antiimperialismo tan cacareado del madurochavismo cobija, en realidad, su oposición, a muerte, a la conquista política más apreciada del mundo occidental, cual es el desarrollo institucional asociado a la democracia liberal.
A Putin en absoluto le importan las numerosas muertes que habrá de provocar su violento ultraje a Ucrania, la destrucción de viviendas, la tragedia familiar de tantos. La amenaza, de ninguna manera velada, de que la nuclear estaría entre sus respuestas a una intervención externa (léase occidental) a favor de Ucrania revela el monstruo que se ha incubado en Moscú. Se empieza a dudar de su cordura. Y, como auténticos hijos de Putin, a Maduro y a Padrino tampoco les ha importado las terribles penurias que le han infligido a los venezolanos, la ruina de sus medios de vida, el colapso de los servicios, la desnutrición de tantos, los muertos, tanto por la represión y el crimen, como por hambre, y los millones forzados a emigrar en busca de subsistencia. Al igual que Putin, la mentalidad de Maduro y de sus militares corruptos es de conquista. Son, de facto, un ejército de ocupación que impone su voluntad a la población, por cualquier medio. Su mayor amenaza es que las fuerzas que auspician una democracia liberal, de amplio contenido social, les gane la partida. De ahí su alineación con Putin. Padrino López ha llegado al ridículo de ofrecer apoyo militar al nuevo zar ruso. Pero, como lo atestigua la bochornosa foto de él sentado a los pies de un Fidel Castro senil, no parece tener sentido alguno de vergüenza.
Mientras aumentan las protestas a escala mundial ante lo que amenaza en convertirse en la peor confrontación bélica en Europa desde la II Guerra Mundial, Maduro y Padrino, sin vergüenza alguna, apoyan al émulo de Hitler. Sus aliados, Cuba, Nicaragua, Bielorrusia, la Siria del carnicero Assad y, no podía faltar, Donald Trump. Constituye una afrenta inaceptable al gentilicio venezolano. ¡Qué vergüenza!
Humberto García Larralde
Fuente: El Nacional