Definitivamente la historia marca los espacios con relaciones de causa y efecto, siendo una de ellas la desviación política, cuando esta termina supeditada a los más perversos pensamientos y acciones que se convierten al final en la bazofia de los tiempos, y cuyos referentes y protagonistas quedan sujetos en lo más putrefacto de ese excremento histórico.
Así tenemos que Mussollni, Hitler y Stalin quienes derivaron en las prácticas más dictatoriales y sangrientas del siglo XX, tuvieron en sus ideologías del fascismo, nazismo y estalinismo, un oxigonio de la destrucción, la tortura y la muerte como sus principales escenarios de congruencia para el odio, la venganza y la tiranía, cuya máxima de maldad quedó sujeta en el escuadrismo, el holocausto y el holodomolor.
En tal sentido, la invocación de tales ideologías con el prefijo neo, es decir, el neofascismo, el neonazismo y el neoestalinismo ha derivado en lo peor de la simbiosis política en pleno siglo XXI, a través del neototalitarismo que ha impuesto Vladimir Putin en Rusia, y cuya derivación de putrefacta mezcla del poder debe acertadamente definirse con derivación de su apellido: El putinismo.
Y no es que tal nomenclatura política surja como una necesaria definición, o un simple título, sino que la misma tiene que responder con la deconstrucción histórica, filosófica y epistemológica que un individuo de marras, justo cuando existe un mundo globalizado y articulado por la computación, las redes y la tecnología, no sólo se atreva a mentir al mundo en su despiadada concentración narcisista y egocentrista, al punto de emplear el término «desnazificación» , después de colocarlo sobre un frustrado contexto de «desnacificación», o sea, invocar precisamente su concepción de sátrapa contemporáneo, luego de fracasar rotundamente sobre el pueblo ucraniano tratando de asesinar la identidad nacional de ese país, pensando que reviviría sentimientos soviéticos de la otrora nación.
El putinismo se convierte de esta manera en la profusa ideología del terror en el siglo XXI cuando su protagonista, alegando cualquier idiotez política, la supone como un estigma que puede llevar a cabo hasta los más complejos y aniquiladores hechos políticos, sin importar la sangre que pueda derramarse sobre la masacre de niños, mujeres o ancianos inocentes, o sobre soldados que terminan entregando sus vidas, unos en su favor, y otros en defensa de lo que jamás debió ser una confrontación originada en los mas pueriles pensamientos atávicos.
Por ello, cuando el putinismo por boca de su genocida o sus derivados, incluyendo aquellos que desde otras posiciones de poder hablan en «nombre de pueblos» intentan llegar al exterminio humano empleando hipócritamente frases como «la paz de Rusia» o «somos amenazados» sin que exista en su inmensa territorialidad una mínima posibilidad de invasión extranjera, también determina que el envilecimiento de la moral y la ética en términos políticos y militares, en nada se diferencian de aquella intérlope que sigue desde entonces, moviendo a una lógica del capital, que no diferencia entre desgastadas ideologías de izquierda o derecha, sino lo que busca es la hegemonía y consolidación de su averno en la vida de quienes considera son su recidiva, apenas que la humanidad comienza paradójicamente a superar una pandemia.
El putinismo, además de condensar las tres ideologías sangrientas del siglo XX, también se nutre del neotalibanismo, aquel donde Rusia fue protagonista en sus inicios con terminar sucumbiendo en la implantación de tal régimen político en Afganistán, porque mantiene una visión fundamentalista del poder, ahora ataviada en que ellos y sólo ellos, aunque tengan la mayoría de los países y de los habitantes del planeta en su contra, manifestados con sendas protestas en los cinco continentes y en la propia nación euroasiática – donde son repelidas de manera salvaje-, son quienes tienen la razón, y la cual llegan a reforzar con la «disuasión nuclear»a quienes no acepten que vayan a matar seres humanos en Ucrania, o en su defecto, que países como Finlandia y Suecia no se mantengan en la raya de su «neutralidad». Verbigracia, eres «soberano» si acatas mis «principios de conveniencia y sumisión política».
El putinismo ha derivado en lo más extremo y radical del neototalitarismo del siglo XXI, llevándose por delante cualquier análisis de Hannah Arendt, y nos retrotrae hasta «El ocaso del pensamiento» de Cioran cuando nos señala que: «Una verdad que no habría que decir nunca a nadie: solo hay sufrimientos físicos» (p. 261). O sea, el putinismo desde la falsabilidad del discurso, conlleva a la violación de derechos humanos, constriñe la democracia, al perseguir, encarcelar y asesinar a quienes no se sometan a sus doctrinas fundamentalistas, y pervierte el ejercicio político en una insolubilia que solo ellos pueden descifrar conforme sean sus más birlongos intereses.
El putinismo es la más peligrosa de las ideologías que han devenido en este siglo XXI porque ella intenta imponer la base de una ingenua «neutralidad» para unos, y convertir en amorfas las posiciones y conceptos de democracias vigentes, que obviamente requieren ser revisadas en sus planteamientos políticos, pero que jamás pudieran ignorar el derecho internacional y las normas vigentes de la Organización de Naciones Unidas (ONU), cuya evidente finalidad está en implosionar tal conformación geopolítica universal, y que sea en lo sucesivo su concepción de «nuevo orden mundial» lo que prevalezca en la territorialidad y neodoctrina de los pueblos, a partir del pensamiento genocida sobre aquellos que son más débiles para su espacio militar y nuclear, y en contravía con sus formas de dominación política.
Por: Javier Antonio Vivas Santana
Fuente: Aporrea