A las 11:00 de la mañana del viernes 5 de junio Marisol estacionó su carro en la avenida Salvador Feo La Cruz, frente al cementerio municipal de Naguanagua. Tenía el número 79, bastante bajo como para aspirar surtir gasolina subsidiada en la estación de servicio Paramacay el sábado 6. Más de 29 horas después no había alcanzado el objetivo.
Por Carolina González / el-carabobeno
Como sus compañeros de cola, se plantó primero ante los efectivos del Ejército, luego los policías de Naguanagua y de Carabobo y finalmente ante un contingente antimontines de la Guardia Nacional Bolivariana que llegó a la estación de servicio para sofocar el “problema de orden público”, generado por unos molestos conductores que se resistían a retirarse de la gasolinera tras más de 27 horas de espera.
30 horas antes
Como ya es costumbre, en los alrededores de El Carabobeño, el cementerio y la urbanización La Granja comienzan las colas de conductores que se organizan para surtir gasolina al día siguiente. Saben que pagar el nuevo precio, de 5 mil bolívares para la subsidiada, y 0,50 dólares para la de precios internacionales, no es garantía de llenar el tanque.
Todos hacen cola, conocen personas, conversan y hasta juegan en un afán por hacer más llevadero el martirio que en Venezuela representa acceder al combustible en lo que fue un país petrolero.
Los conductores que se unieron a las colas del lunes llegaron a primeras horas de la mañana de ese mismo día. El martes y miércoles se comenzaron a congregar en la tarde del día anterior. El jueves la espera comenzó cerca del mediodía y el viernes, a partir de las 8:00 de la mañana, también del día anterior.
Paradójicamente, mientras más temprano comenzaba la concentración, menos conductores tenían acceso al carburante al día siguiente. Se comentaba que las gandolas cada día llegan con menos litros. De hecho, este sábado una sola gandola surtió las estaciones de servicio Santa Ana, La Granja y Paramacay, en Naguanagua.
Una noche lluviosa, llena de zancudos, inseguridad y expectativa acompañó a más de 250 conductores que, como Marisol, aspiraban llenar el tanque con gasolina iraní el sábado. Era ahora o nunca. “Esa gasolina no llega a la próxima semana”, decían los presentes.
La mañana presagió dificultades. No había gasolina en la E/S. La gandola llegó pasadas las 9:00 de la mañana. Se comenzó a surtir cerca de las 10:00 a.m. La cola comenzó a avanzar y Marisol pensó que lo lograría.
Se acabó la gasolina
Pero repentinamente la cola se paró. Hasta ese momento era evidente la lentitud en el avance de los conductores dispuestos en una larga fila que empezaba en la avenida Universidad, seguía por el ambulatorio militar y volvía a salir a la avenida principal.
A la 1:00 de la tarde solo 60 carros habían llegado hasta los surtidores. Más de 200 aún aguardaban. La preocupación crecía, al igual que la convicción de que el millón 500 mil litros de gasolina que trajeron los cinco buques iraníes no alcanzará para una semana más.
Pero esta realidad era distinta a la que se observaba en la calle de la urbanización La Granja que termina en el centro comercial FreeMarket y que al atravesar el semáforo de la avenida Universidad llega directo a la bomba Paramacay. Decenas de vehículos aguardaban su turno para pasar, en una cola que avanzaba con fluidez. Ellos se sumaban a los camiones del aseo urbano de Naguanagua, vehículos presuntamente oficiales, que se abastecieron temprano y a otros carros, algunos muy lujosos, que accedían a las islas con bastante regularidad.
Marisol y sus compañeros aguardaban, pero cada vez más preocupados. Cerca de las 3:00 las tensiones comenzaron a crecer. También las acusaciones: “Por esta cola solo pasaron 60 carros y por la de los enchufados más de 150”.
No faltó el señalamiento del pago de 10 dólares de parte de quienes estaban en la esquina de Freemarket para acceder a la bomba. Una vez adentro debían pagar el costo subsidiado a través del Sistema Patria. Esta información no pudo ser verificada.
Y llegó el momento. Se acabó la gasolina y las tensiones crecieron. Enardecidos los conductores exigieron unas explicaciones que no llegaban. Aparecieron funcionarios de la Policía Municipal de Naguanagua que se comprometieron a buscar una respuesta, que tampoco llegó. Una media hora más tarde se retiraron, luego que los efectivos del Ejército encargados de custodiar la bomba también se habían ido.
Era el momento de tomar decisiones y lo hicieron. Los molestos conductores llevaron sus vehículos hasta la bomba. Los aparcaron en el sitio destinado para estacionar los vehículos y bajarse a pagar el importe de la gasolina, que en esta bomba debe hacerse calculando cuántos litros le podrían caber al carro. En Paramacay se paga primero y se surte después. Si el conductor pago 35 litros y el vehículo carga 31, los otros cuatro los pierde.
Patrullas de la Policía de Carabobo llegaron después, justo cuando los carros ya estaban dentro de la bomba. “Nos llamaron para atender una situación de orden público”. Los conductores explicaron lo que había motivado esa supuesta situación de orden público que nunca derivó en cierre de vías ni alteraciones a la paz ciudadana. Los policías se retiraron.
Decididos, los conductores se plantaron también ante el piquete de funcionarios de la Guardia Nacional con equipos antimotines que llegó minutos después a la bomba. “Yo estoy harta de esto, si me van a meter presa que lo hagan, pero ya estoy llegando al límite”, decía una mujer que junto a otras personas impidió que dos camionetas particulares, que a esa hora intentaban surtir gasolina sin hacer la cola, pudieran ingresar a la bomba. Sin embargo, estos vehículos lograron acceder por otra entrada y uno de ellos equipo combustible. El otro tuvo que retirarse.
La presión ciudadana no cesó. La gente mantuvo sus carros en la bomba, frente a los guardias dispuestos en posición de alerta. El acuerdo era pasar otra noche en el sitio, a pesar del calor, la lluvia y los zancudos, para equipar al día siguiente. Ancianos, mujeres y hombres se mantuvieron en el lugar.
Unos minutos más tarde apareció el responsable de la custodia de la estación de servicio. El teniente coronel Corona informó que habían gestionado una gandola con la cual surtirían a los presentes. La presión bajó.
También llegó a la bomba el capitán Vivas, ante quien los conductores denunciaron a un funcionario y una funcionaria del Ejército de incurrir en el cobro en dólares.
En conjunto, los civiles y algunos guardias nacionales organizaron los vehículos en una fila según el número que les correspondía. Unos 40 minutos más tarde los vehículos llegaban a la isla, luego de solventar las inconsistencias del sistema biopago, que a algunos permitía adquirir 70 litros y a otros no más de 30 pese a que no habían comprado gasolina en la semana.
A las 6:00 de la tarde Marisol se retiró de la E/S Paramacay. Más de 30 horas esperó para lograr la meta. Fue una experiencia que la llevó por distintos caminos, desde el frío, el calor, el hambre, la incomodidad, el temor y la impotencia. Aunque logró el objetivo no había satisfacción en su rostro. Ciertamente se demostró que la presión ciudadana es necesaria para evitar abusos y atropellos, pero también comprobó que en Venezuela exigir el respeto a los derechos humanos y el acceso a cosas tan básicas como un tanque de gasolina se han vuelto tareas titánicas para un pueblo cada día más agredido.