Los sistemas autoritarios van generando un proceso gradual de violaciones del orden jurídico, de los derechos humanos y de la convivencia civilizada, hasta llegar a un punto en el cual solo pueden sostenerse sobre la base de una situación de fuerza en la que los atropellos no tienen límite alguno.
César Pérez Vivas – El Nacional
Los agentes de un régimen autoritario van desarrollando, además, una intolerancia a todo tipo de opinión crítica y a toda forma de disidencia. El ejercicio sin ningún control del mando, la adulancia que generalmente les rodea, los lleva a considerarse propietarios del poder. Titulares eternos del mismo. Tal circunstancia produce en toda la estructura del régimen una inclinación al abuso y al atropello. Cualquier funcionario, con porte o no de armas, se siente autorizado a ofender, gritar, golpear, confiscar o desconocer los derechos de las personas.
Mayor es esa inclinación en el que porta un arma. Las armas hacen de estos personajes unos seres singulares. Son dueños de la verdad aunque la tesis o posición que sostengan sea la más absurda que se pueda conocer. Nada importa. Solo interesa su soberbia, su pretensión de ser obedecido, de lograr su cometido.
Todo esto acontece en pleno siglo XXI cuando el mundo occidental ha construido una cultura de civilización, basada en el respeto a los derechos del hombre con apego a un orden constitucional y jurídico que los garantiza.
Pero los antivalores de la barbarie subyacen en el alma de estos personajes que encarnan nuevamente al fascismo o al comunismo, los dos grandes experimentos autoritarios del siglo XX. Lo más que han internalizado es la simulación. Tratan de esconderlos con supuestos procesos judiciales para justificar sus tropelías como fruto de la justicia, como si un manipulado proceso judicial con sus respectivas sentencias, en tribunales dependientes de la cúpula gobernante, pueda borrar la mancha de injusticia y saña con la que actúan.
En estos días hay dos acontecimientos que se enmarcan en esa categoría de repugnantes atropellos, muestra elocuente de esa perversión de injusticia que caracteriza al régimen socialista aferrado al poder.
El primero es sin lugar a dudas la confiscación del edificio sede del diario El Nacional, obra de ese oscuro personaje del neofascismo tropical que es Diosdado Cabello. Su odio, su sed de venganza lo ha llevado a utilizar a unos sumisos jueces para asaltar la sede de uno de los símbolos del periodismo independiente de Venezuela y América Latina. Ese comportamiento no tiene precedente en nuestra historia. Los dictadores del siglo XX cerraban los periódicos y encarcelaban a los reporteros. Los neofascistas criollos hacen todo eso, y se apropian de los bienes, con sentencias dictadas desde sus aposentos, violando todo principio fundamental de derecho y de justicia.
El otro evento abominable en la categoría de los atropellos repugnantes es la detención del escritor Francisco Rafael Rattia por haber escrito un artículo titulado “El maestro millonario”, en el que alude a Aristóbulo Istúriz, ministro de Educación de Nicolás Maduro, recientemente fallecido.
La intolerancia saltó de inmediato y apelando a un instrumento fascista llamado Ley contra el Odio, sin el respeto a la presunción de inocencia y al debido proceso, se le allana su residencia y se le priva de su libertad. Las democracias modernas cada día avanzan más hacia la despenalización de los delitos de opinión, pero el chavismo (versión moderna del fascismo y del comunismo) ha criminalizado hasta niveles inaceptables la libre expresión del pensamiento.
La detención y atropello al escritor Rattia nos ha producido un profundo repudio al modelo hegemónico vigente y a sus agentes, no solo por el hecho en sí mismo, sino también porque el autor es un reconocido historiador, egresado de la Universidad de los Andes, que ha cubierto una destacada carrera en el campo de la cultura, habiendo sido director-fundador del Archivo Histórico del Delta, director de la Biblioteca Pública Central Andrés Eloy Blanco y coordinador de actividades literarias del Ateneo Internacional de Fronteras Casa de las Aguas.
Nada de eso detiene a la barbarie. Ella ha sido siempre enemiga del pensamiento, de la cultura y la educación. Por eso han llevado nuestras universidades al más absoluto abandono. Las han cercado políticamente, y les han negado la sal y el agua para que mueran.
A Nicolás Maduro, a Diosdado Cabello y a toda la camarilla roja hay que recordarles con ocasión y sin ella las expresiones de Don Miguel de Unahumo:
“Podréis vencer porque tenéis las armas, pero jamás convenceréis porque no tenéis la razón…”