La migración es un derecho y siendo forzada sigue golpeando a la infancia venezolana. Son niños con temores en una familia que busca alternativas desde la sobrevivencia. El costo puede ser muy alto, desde víctimas del maltrato al quedar con cuidadores o enfrentarse a los peligros de traslados sin la seguridad de la familia. Cáritas Táchira reporta hasta el 45% de menores entre los 10.700 venezolanos en condición de vulnerabilidad que han atendido en 2022 y especialistas piden esfuerzos para dejar de sacrificar la salud mental de niños y adolescentes.
Guiomar López | LA PRENSA DE LARA
El desespero de los padres y la falta de comunicación, es uno de los principales indicios que pueden hacen tambalear a los hijos. Se entienden las razones de la migración, pero al tomar la decisión de emprender hacia otro país, se deben considerar las emociones del niño y estar preparados para responder sus inquietudes, más allá del simple hecho de informarle. Una decisión que también se asume, a partir de la protección y seguridad para los niños.
Las diversas reacciones son confirmadas desde una de las fronteras con mayor movilidad, que tiene como principal destino a Colombia o ser el primer enlace para continuar por otros países latinoamericanos. El padre Ricardo Ramírez Prato, director de Cáritas en San Cristóbal, refiere la atención que prestan desde las seis casas de paso y que en su mayoría, los adultos mínimo llevan un menor de edad.
«Yo prefiero llevármelo», es la respuesta más frecuente que escuchan, intentando que el pequeño no pase necesidades, pero sin la planificación que asegura la estabilidad emocional de los hijos. Según Ramírez, la mayoría es de niños menores de 5 años, luego siguen aquellos hasta los 8 años y los adolescentes no tan frecuentes, pero figuran más las hembras.
Refiere que los menores pueden estar expuestos entre dos escenarios, ese del maltrato o abuso quedando a cargo de cuidadores. Pero también cuando a los padres se les escapa la situación de las manos y no pueden garantizarle la protección entre las amenazas de accesos irregulares a otros países o la precariedad de la improvisación que no asegura la alimentación, educación, recreación y demás aspiraciones que marcaron el propósito de la migración.
Lamenta la vulnerabilidad vista en «la pérdida de su infancia, niños sufridos, con caras de tristezas y el silencio que oculta sus picardías». Señala que se trata de niños a los que no se le ve la alegría. No la tienen y lo peor es que los adultos están bajo el entendido del «¿de qué puede preocuparse?». Ignoran que ellos absorben todo y deben saber como canalizar sus inquietudes, sentir el refugio de sus padres. La migración sigue entre esos que van saliendo y los que regresan, vienen con intenciones de retornar al exterior.
Desde las casas de paso, las familias pueden tener hasta tres días para pernoctar y confirma que generalmente las estadías son cortas. Tienen el apoyo desde las parroquias de La Pedrera, la cual es una de las más visitadas por comunicar con Barinas y Apure. Hacia la Troncal 5 en El Piñal, San Lorenzo y San Josecito. Además de Puente Real y en San Antonio del Táchira, es otra de las concurridas.
La gente va apurada y solo busca recargar un poco de energías. Los hidratan y les ofrecen alimentación, así como alguna atención médica. Les dan asesoría psicológica y les advierten de los peligros, así como el proceso de adaptación que puede ser más lento en los niños. Son realidades diversas y muchas veces, ni están preparados para enfrentarlas.
Esto lo entiende el abogado Carlos Trapani, coordinador general de la organización Cecodap, quien reconoce que la migración es un fenómeno que no ha desaparecido y sigue siendo una opción de sobrevivencia que se ve normal entre las familias más golpeadas luego de la pandemia por Covid 19, sin capacidad de compra por los bajos sueldos y el deterioro de los servicios públicos.
«Es el derecho a migrar, pero estudiando las condiciones como se materializa», precisa sin la inseguridad de niños y padres que terminen en un proceso más hostil. Más allá de cuestionar, es recordar la necesidad de ponderar las condiciones de riesgos.
Los hijos confían en sus padres, exigen respuestas que se concrete una verdadera calidad de vida, sin arrebatar las sonrisas.