La crisis política, económica y social provocada por el gobierno de Nicolás Maduro ha tenido un impacto devastador en el sistema educativo de Venezuela. No solo ha afectado la profesión docente y la carrera de educación, sino que también ha socavado el sentido de pertenencia e identidad que la educación solía generar en los estudiantes y sus familias.
El problema no radica únicamente en la falta de preparación académica y conocimientos que reciben los niños, adolescentes y jóvenes en las escuelas y universidades del país. También se debe a que las nuevas generaciones no ven el valor del estudio, especialmente en Venezuela, al observar la degradación social de sus maestros y profesores, así como de otras profesiones en áreas como la salud, las ciencias sociales, la ingeniería o la arquitectura. Estas carreras ya no representan un medio para mejorar el nivel de vida, especialmente a una edad en la que apenas se están empezando a comprender la geopolítica y los sistemas políticos.
La peor consecuencia del régimen en Venezuela ha sido la destrucción del sistema educativo, ya que este es fundamental para el progreso de un pueblo y la felicidad de sus familias. Por tanto, no habrá posibilidad de mejorar las condiciones de vida de la población mientras persista un sistema neototalitario que ha debilitado el poder judicial para evitar cualquier forma de equilibrio frente a los abusos y excesos que se cometen desde el poder, especialmente en el ámbito educativo, que es esencial para la identidad nacional.
Por lo tanto, los venezolanos nos enfrentamos a la enorme tarea de reconstruir no solo la economía del país, sino también todo el sistema educativo y los planes de estudio. Tendremos que replantear las metodologías y currículos educativos para que estén en línea con las necesidades productivas de las diferentes regiones, así como con las nuevas tecnologías, desde las más simples hasta las más complejas como la inteligencia artificial y la virtualidad.
En este contexto, las universidades y las carreras universitarias también deberán actualizarse tanto en su contenido como en la creación y eliminación de programas. Los títulos ya no pueden quedarse anclados en los nombres y currículos del siglo XX. Es necesario adoptar enfoques filosóficos, epistemológicos y tecnológicos que sean pragmáticos y estén vinculados con las realidades políticas actuales. Solo así podremos formar a profesionales capacitados en sus campos y conscientes del mundo en todas sus formas de poder político y económico.
En Venezuela tenemos un gran desafío por delante, pero estamos seguros de que podemos superarlo como estado y como pueblo.