¡AHORA ES UN NARCOESTADO! NYT: Los días de Venezuela como un petroestado se acabaron

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Por primera vez en un siglo, no hay plataformas en busca de yacimientos petrolíferos en Venezuela.

Por Sheyla Urdaneta, Anatoly Kurmanaev y Isayen Herrera / nytimes

Los pozos que alguna vez explotaron las mayores reservas de crudo del mundo están abandonados o los dejan para que emitan gases tóxicos que arrojan un brillo anaranjado sobre las ciudades petroleras en crisis.

Las refinerías que alguna vez procesaron petróleo de exportación son cascos oxidados, que gotean crudo que ennegrece las costas y recubre el agua con un brillo aceitoso.

La escasez de combustible ha llevado al país a un punto muerto. En las gasolineras, las filas se extienden por kilómetros.

El colosal sector petrolero de Venezuela, que dio forma al país y al mercado energético internacional durante un siglo, se ha detenido casi por completo, con la producción reducida a un goteo debido a los años de mala gestión y las sanciones estadounidenses. El colapso deja una economía destruida y un ambiente devastado, y, según muchos analistas, pone fin a la era de Venezuela como potencia energética.

“Los días de Venezuela como un petroestado se acabaron”, dijo Risa Grais-Targow, analista de Eurasia Group, una consultora de riesgo político.

Se espera que el país que hace una década era el mayor productor de América Latina, que ganaba alrededor de 90.000 millones de dólares al año por las exportaciones de petróleo, obtenga alrededor de 2300 millones para fines de este 2020, menos que la cantidad total de remesas que los migrantes venezolanos que huyeron de la devastación económica del país enviarán a casa para mantener a sus familias, explica Pilar Navarro, una economista residente en Caracas.

La producción es la más baja en casi un siglo después de que las sanciones hicieron que la mayoría de las compañías petroleras tuvieran que dejar de perforar o comprar petróleo venezolano, e incluso ese goteo podría agotarse pronto, advierten los especialistas.

“Sin perforación, sin empresas de servicios y sin dinero, es muy difícil mantener incluso los niveles actuales de producción”, dijo David Voght, director de IPD Latin America, una consultora petrolera. “Si la situación política en el país no cambia, podría llegar a cero”.

El declive ha disminuido más allá de lo reconocible a un país que hace apenas una década rivalizaba con Estados Unidos en influencia regional. También ha desmoronado una cultura nacional definida por el petróleo, una fuente de efectivo que alguna vez pareció interminable y que financió obras públicas monumentales —y sobornos generalizados—, becas generosas y llamativos viajes de compras a Miami.

La paralizante escasez de gasolina ha provocado un estallido de decenas de protestas diarias en la mayoría de los estados venezolanos en las últimas semanas.

En la capital, Caracas, los envíos periódicos de combustible desde Irán, pagado con las reservas de oro que quedan en el país, proporcionaron una apariencia de normalidad durante algunas semanas. Pero en el campo, los residentes han desafiado el confinamiento de la pandemia para bloquear carreteras y enfrentarse a la policía en medio de sus desesperadas demandas por el mínimo de combustible que necesitan para sobrevivir.

En todas las ciudades petroleras de Venezuela, el crudo negro que alguna vez proporcionó empleos y movilidad social ahora envenena los medios de subsistencia de los residentes.

En Cabimas, una ciudad a orillas del lago de Maracaibo, que alguna vez fue el centro de producción de los prolíficos campos petroleros de la región, el crudo que se filtra de los pozos y oleoductos submarinos abandonados recubre los cangrejos que los extrabajadores petroleros sacan del lago con las manos ennegrecidas.

Cuando llueve, el petróleo que se ha rezumado en el sistema de alcantarillado sale a través de los sumideros y desagües, corre con el agua de lluvia por las calles, embadurna las casas y llena el pueblo con su hedor gaseoso.

La desolación de Cabimas marca el rápido declive de un pueblo que hace apenas una década era una de las localidades más ricas de Venezuela.

Durante los años de auge, PDVSA, la compañía petrolera estatal, colmó de beneficios a los residentes de pueblos petroleros como Cabimas con programas de comida gratuita, campamentos de verano y juguetes navideños. También construyó hospitales y escuelas.

Ahora, las decenas de miles de trabajadores de la empresa en quiebra se han visto reducidos a desmantelar las instalaciones petroleras en busca de chatarra y vender sus característicos overoles, con el logotipo de la empresa, para llegar a fin de mes.

“Éramos unos reyes porque vivíamos en las costas de PDVSA”, dijo Alexander Rodríguez, un pescador de Cabimas al que se le estropearon los dos motores de su lancha por un derrame de petróleo. “Ahora estamos malditos”.

El club social de PDVSA, donde los lugareños solían reunirse para beber whisky, jugar al tenis y ver películas, está en ruinas y, como tantas otras cosas en la ciudad, tiene manchas de un residuo aceitoso y negro.

“No hay trabajo, no hay gasolina, pero el petróleo se derrama por todas partes”, dijo Francisco Barrios, un panadero.

El fin del papel central del petróleo en la economía de Venezuela es un retroceso traumático para una nación que, en muchos sentidos, definió lo que era un petroestado.

Después de que se extrajeron importantes reservas cerca del lago de Maracaibo en 1914, trabajadores petroleros de Estados Unidos llegaron al país. Ayudaron a construir muchas ciudades venezolanas e inculcaron en el país el amor por el béisbol, el whisky y los grandes autos que consumen mucha gasolina, diferenciándolo para siempre de sus vecinos sudamericanos.

Como fuerza impulsora en la fundación de la Organización de Países Productores de Petróleo en 1960, Venezuela ayudó a las naciones árabes a tomar el control de sus riquezas petroleras, dando forma al mercado energético global y al orden geopolítico en las siguientes décadas.

Incluso en esa época de prosperidad, el prominente ministro de Minas e Hidrocarburos de Venezuela, Juan Pablo Pérez Alfonzo, advirtió que la repentina riqueza petrolera era peligrosa: podría conducir a un endeudamiento excesivo y la destrucción de industrias tradicionales.

“Es el excremento del diablo”, declaró Pérez Alfonzo. “Estamos hundiéndonos en el excremento del diablo”.

En los años siguientes, a pesar de los abundantes ingresos petroleros, Venezuela enfrentó una montaña rusa de deuda recurrente y crisis financieras. La riqueza tampoco hizo nada para disminuir la corrupción o la desigualdad, y cuando un exparacaidista llamado Hugo Chávez apareció en el escenario nacional durante la década de 1990 con la promesa de una revolución que pondría a trabajar el petróleo de Venezuela para los más pobres, que eran la mayoría de la población, cautivó a la nación.

Poco después de ser elegido presidente en 1998, Chávez se apoderó de la respetada compañía petrolera estatal para impulsar su radical programa de desarrollo. Despidió a casi 20.000 profesionales del petróleo, nacionalizó los activos petroleros de propiedad extranjera y permitió que sus aliados saquearan los ingresos del crudo.

La atribulada industria entró en caída libre el año pasado, cuando Estados Unidos acusó al sucesor y protegido de Chávez, el presidente Nicolás Maduro, de fraude electoral y promulgó severas sanciones económicas para forzarlo a abandonar el poder.

Pronto, los socios petroleros, banqueros y clientes de Venezuela rompieron sus vínculos y la producción se desplomó a un ritmo que superó la recesión de Irak durante las Guerras del Golfo y la de Irán después de la Revolución Islámica.

Las sanciones obligaron a las últimas petroleras estadounidenses en el país a dejar de perforar. Es posible que abandonen el país por completo en diciembre, si el gobierno de Trump pone fin a sus exenciones de las sanciones.

Los socios rusos y chinos de Maduro no han llenado la brecha, al reducir la producción y recortar el comercio de petróleo, según los trabajadores de las empresas.

La oposición venezolana, que el año pasado con el respaldo occidental desafió a Maduro por el liderazgo del país, afirma que puede reconstruir la industria petrolera una vez en el poder, poniendo fin a las sanciones estadounidenses y ofreciendo condiciones atractivas a los inversores.

Pero los analistas dicen que es poco probable que la industria petrolera venezolana atraiga el nivel de inversión necesario para una recuperación completa. En una era de estancamiento de la demanda mundial, precios bajos y crecientes preocupaciones ambientales, el petróleo extrapesado del país es particularmente contaminante y costoso de procesar.

Para compensar la pérdida de ingresos, Maduro ha recurrido a la minería de oro ilícita y al tráfico de drogas para mantenerse en el poder, según el gobierno de Estados Unidos.

La retirada de Maduro del petróleo ha dejado a la economía venezolana en un retroceso comparable al de la República Democrática del Congo, un país que ha estado plagado de conflictos civiles desde la independencia. Pero la transición le ha permitido a Maduro mantener la lealtad de los militares y resistir las sanciones estadounidenses, dijo Grais-Targow, la analista.

Los costos de esta contracción económica han corrido a cargo del pueblo venezolano, dijo.

Pescadores a lo largo de la costa, tratando de alimentar tanto a su pueblo, Boca de Aroa, como a la vecina Tucacas, donde los lugareños luchaban por comida.

Más de cinco millones de venezolanos, o uno de cada seis residentes, han huido del país desde 2015, lo que ha creado una de las mayores crisis de refugiados del mundo, según Naciones Unidas. El país ahora tiene la tasa de pobreza más alta de América Latina al superar a Haití este año, según un estudio reciente de las tres principales universidades de Venezuela.

Cerca de las enormes refinerías costeras de Venezuela, los residentes buscan leña y arrastran sus redes de pesca a pie para buscar comida. Sus botes de pesca están varados sin gasolina y sus cocinas se han quedado sin gas.

“Si no tocamos fondo ya, creo que estamos a pocos centímetros”, dijo José Girón, quien solía transportar turistas en la ciudad costera de Tucacas, cerca de las tres refinerías más grandes de Venezuela.

PDVSA mantiene una producción mínima y ha sacrificado el mantenimiento básico de los equipos con un creciente costo ambiental. La costa caribeña del país, una gran fuente de orgullo nacional por sus aguas turquesas y playas de arena blanca, ha sido dañada por al menos cuatro grandes derrames de petróleo este año, una cifra sin precedentes, según los biólogos venezolanos.

La escasez de gasolina y la pandemia hacen que los turistas eviten las playas de Tucacas. Ahora, los peces que son el principal medio de subsistencia de muchos pobladores están siendo diezmados por el petróleo.

“Estos derrames son la última burla para el pueblo”, dijo Luis Vargas, quien solía vender cocteles de mariscos a los turistas.

Las grandes manchas de petróleo también causan estragos en Cabimas, en el oeste del país, donde los residentes pescan en el lago contaminado con neumáticos inflados y recorren las ruinosas instalaciones de petróleo en busca de un poco de gasolina. Tres personas murieron el mes pasado cuando una pelea por un conducto de gasolina con fugas provocó una explosión.

Durante generaciones, los habitantes de Cabimas dijeron que eran los orgullosos defensores del petróleo de Venezuela. Ahora, ellos también lo llaman “el excremento del diablo”.