Dulce de leche… Gustavo Tovar-Arroyo

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La nación del piropo
Ser chavista es vergonzoso, ser amiga o amigo de un chavista lo es aún más porque es un acto de oportunismo o sumisión. Claro, al ser chavista se le agrega el asco de reconocer en cada uno de ellos la tortura y sangre derramada de miles de venezolanos inocentes, la infamia del hermoso país destruido y el rubor de la ruina a la nación más rica de América Latina. Asco y vergüenza es el chavismo y sus amigos, lo sabemos.
Pero al margen de esa bochornosa mancha histórica está la nación de la cultura, la libertad, el entusiasmo y el piropo.
Sí, lee bien, el piropo.

Como náufragos en orilla
El chavismo está estigmatizado y todos los que no nos sometemos a sus ascos y sus vergüenzas mantenemos intactos el agasajo, la sonrisa, la fraternidad y por encima de todo el invaluable igualitarismo social que nos distingue. En el destierro, sea en Madrid, Miami, Quito, Buenos Aires, Bogotá, Paris o Ciudad de México, cada encuentro con un venezolano –no chavista– es una algarabía de memoria y dulzura, una celebración de náufragos que se abrazan en la orilla.
No sé si sea mi insalvable romanticismo o mi nostalgia de idealista en el destierro, pero en cada oportunidad que me topo con un compatriota despliego mi arsenal de piropero inacabado.
Es a Venezuela, mi Venezuela, la que festejo en ti.

El arsenal del elogio
“Cuando te multen por exceso de belleza, yo pagaré tu fianza”. “Con esos ojos tan lindos quién voltea a las estrellas”. “Si tu fueras policía no dudaría violar la ley para que me atrapes”. “Tantas curvas y yo sin frenos”. “Mamita, tanta carne y yo con hambre”. “No eres Google pero eres todo lo que busco”. “Por ti subiría al cielo en bicicleta y bajaría sin freno”. “Si yo fuera gato y tu sardina no te dejaría ni una espina”. “La mejor reserva natural de nuestro país es tu belleza”.
Sea el país que sea no hay sociedad como la venezolana para el piropo, somos los “pico ‘e plata” del planeta Tierra. Lo seremos siempre.
Pese a la tragedia, pese a la peste chavista, no podemos dejar de serlo.

Dulce de leche
Nuestra única competencia mundial en el piropo son los italianos, pero como hermosos herederos de Cleopatra y Julio César (especímenes míticos) no tienen la necesidad de la picardía, el ingenio o el colorido verbal que urgimos los no tan agraciados venezolanos para seducir a las cada día más esquivas bellezas que nos asechan. Ayer escuché el último y más imbatible de los piropos contemporáneos: “Eres un dulce de leche”. Quedé paralizado de encanto.
Dulce de leche: pócima acaramelada que se desvanece en la boca y nos abarca en la dulzura; licor derretido, jugo de Dios, que no se muerde, se besa y chupa hasta la médula extasiada.
Venezuela…, venezolana, venezolano, dulces de leche andantes.

Entre lo sublime y el asco
El Libertador Simón Bolívar era enjuto y minúsculo, pero con labia continental e independentista. Lo imagino: “Eres la cordillera andina que mis labios anhelan besar para liberarse”. O al trigueño de Puerto la Cruz, el generalísimo Francisco de Miranda susurrando al oído de Catalina la Grande: “Su majestad, permita al ‘buen salvaje’ poblar de jungla amazónica los pasillos de su imperial blancura”. ¿Cómo no habríamos de conquistar al mundo?
En contraste, no pude evitarlo, pensé en Hugo Chávez piropeando a Nicolás Maduro y viceversa: “Eres el zamuro de mi última carroña, devórame.”
Piropos venezolanos, entre lo sublime y el asco.