La pena de muerte a Jesús fue por causas políticas y no religiosas. Las revelaciones de su final en un día que no solo es el memorial de la muerte de Cristo, sino que a su vez supone la creación de muchas de las supersticiones que permanecen en la vida cotidiana de las poblaciones occidentales
Por Gerardo Di Fazio / Infobae
El Viernes Santo es el día en el cual todas las iglesias cristianas recuerdan la muerte de Jesús. Los templos de todos los cultos cristianos están sin adornos, los cánticos son sin música instrumental, en los templos católicos las imágenes se cubren y es el único día en todo el año que no se celebran misas católicas u ortodoxas.
El rito católico romano para este día es sobrio; solo la lectura de la pasión según San Juan; se harán oraciones universales, es decir por todo el mundo y las circunstancias que lo rodean, luego se repartirá al eucaristía (la cual había quedado guardad del día anterior) y el rito concluirá con la adoración de la cruz.
Para las Iglesias ortodoxas este día se denomina: “santo y gran viernes”. Las vestiduras de los sacerdotes para la celebración del oficio de este día cambian a color negro, mientras que el católico es rojo.
Para las Iglesias que conforman la comunión anglicana en el “libro de oración común” de 1662 no se indicaba nada en particular, pero sí había oficios en los cuales se incluían la lectura de “las siete últimas palabras de Jesucristo en la cruz”. Últimamente algunas confesiones de la comunión anglicana han introducido ritos muy similares a la Iglesia católica romana.
Para el luteranismo, este día es la celebración más importante. Se celebraba la Eucaristía dado que se consideraba un día ideal para ello, y los servicios religiosos se acompañaban a menudo con música acorde a la fecha. A mediados del S. XX la mayoría de las Iglesias luteranas dejaron de celebrar la Eucaristía ese día y al igual que los católicos o anglicanos, solo comulgaban con lo reservado el jueves santo.
También es común para todos los cristianos el ayuno para el viernes santo.
Este día no solo es el memorial de la muerte de Cristo, sino que es la creación de muchas de las supersticiones que hoy en día poseemos en occidente. Algunas de ellas, son:
* No sentarse trece comensales a la mesa. El jueves santo eran trece los que estaban sentados en la última cena del Señor. Doce apóstoles y Jesús y dos de ellos al otro día murieron en forma trágica y el resto de ellos, según las diversas tradiciones; murieron años después martirizados en formas muy crueles.
* Los viernes 13 son de mala suerte. Se conjugan, los participantes de la última con el día viernes.
* Tirar el salero sobre la mesa. Según a superstición cuando un salero cae sobre la mesa y se derrama la sal, es que el demonio anda rondando; por eso para evitar su presencia se tira una pizca de sal por sobre el hombro izquierdo. Esta superstición es tan antigua que el mismo Leonardo Da Vinci la pinto en su fresco de “la ultima cena” y es Judas Iscariote que tirará la sal sobre la mesa.
* Por la noche en muchos países de tradición católica romana se realizan vía crucis, en el cual saldrán las cofradías portando los famosos “pasos de la pasión”. Sobre todo en España, Italia, Centroamérica, Perú. Muchas cofradías han salido durante toda la semana santa y culminarán el domingo de Pascua.
Vayamos a lo que nos narran los textos del evangelio sobre este día: ayer dejamos a Jesús en el Sanedrín y comenzará el problema de las jurisdicciones para dictar sentencia. Caifás se rasga las vestiduras y vocifera que lo maten, pero una cosa es gritarlo y otra ejecutarlo. Nadie quiere cargar con su ejecución. Será interrogado por el Sanedrín, por el gobernador romano Poncio Pilatos por Herodes Antipas y finalmente de nuevo por Pilatos, pero ninguno se anima a firma la sentencia. En medio del proceso se producen diversas torturas y burlas por parte de la soldadesca.
Los juicios de Jesús constaron de seis eventos: tres de ellos en una corte religiosa y tres ante una corte política. Jesús fue juzgado ante Anás, el sumo sacerdote saliente, Caifás, el sumo sacerdote en funciones, y el Sanedrín. Él fue acusado en estos juicios “eclesiásticos” de blasfemia, por afirmar ser el “hijo de Dios” y el “Mesías”.
Los juicios ante las autoridades romanas comenzaron con Pilato, después que Jesús había sido golpeado. Los cargos llevados contra él eran muy diferentes a los cargos de sus juicios religiosos: fue acusado de incitar a la gente a una revuelta prohibiéndole al pueblo pagar impuesto y clamando ser un rey. Pilato no encontró razón para matar a Jesús así que lo envió a Herodes quien lo ridiculizó pero, queriendo evitar toda responsabilidad política, lo envió de regreso a Pilato. Este era el último juicio, por lo que Pilato mandó azotar a Jesús, tratando de aplacar la animosidad de los judíos; acá aparecerán como el llamado “Ecce homo” -que en castellano sería “acá está la persona”- en un esfuerzo final por soltar a Jesús. La turba gritó que Barrabás fuera liberado y Jesús crucificado, porque “él se dice rey y no tenemos otro rey que el César”. Pilato les concedió su demanda y entregó a Jesús. Pero, antes, hizo otro de los gestos que quedarán en la historia: se lavará las manos de la sangre que él mismo mando a derramar.
De estos hechos narrados han quedado en nuestro decir cotidiano varios términos: “ir de Herodes a Pilatos”, es decir ir de acá para allá sin encontrar solución. Que en tal lugar se armó un “tole tole”, es decir una trifulca, griterío, confusión entre muchos, que proviene de la narración en latín de la condena a Jesús: “tolle, tolle, crucifige eum” -que traducido es “fuera, fuera, ¡crucifícalo!”. Y además, que tal persona de “lavó las manos como Poncio Pilato”.
Por tanto quien sentenció a muerte a Jesús fue el gobernador representante de Roma y conforme al derecho romano, y no los judíos. La pena de muerte podía ser por el crimen laesae maiestatis populi Romani, que es el que se comete contra el pueblo o contra su seguridad y también era condenado a muerte los que provoquen sedición o tumulto incitando al pueblo o el de “perduellio” que es un ataque grave al imperio; aunque ninguno de estos delitos fueron plenamente probados en la persona de Jesús. Poncio Pilato podría haberlo salvado y no lo hizo.
Jesús muere por causas políticas y no religiosas. Era subversivo, en el pleno uso que la terminología otorga al vocablo: que pretende alterar el orden social o destruir la estabilidad política de un país.
Jesús no irá solo a su ejecución, lo acompañaran dos condenados a muerte. Marcos y Mateo dicen que eran “bandidos”, en griego “lestés”. Lucas los llama “malhechores”, en griego “kakúrgos”. Y Juan solo habla de “otros dos”, sin dar más explicaciones. La crucifixión era un castigo que los romanos aplicaban únicamente a los rebeldes políticos, a los revolucionarios sociales, y a los subversivos, no a los ladrones. Lo interesante es que los que fueron condenados a esta pena capital junto a Jesús conocían a Jesús. El diálogo llevado a cabo entre Jesús y los condenados lo deja en claro. Leemos en el texto evangélico: “Uno de los malhechores colgados lo insultaba: ‘¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros’. El otro le reprendía: ‘Y tú, que sufres la misma pena, ¿no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues recibimos la paga de nuestros delitos; este en cambio no ha cometido ningún crimen’. Y añadió: ‘Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí’. Jesús le contestó: ‘Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso’”. ¿Habrán formado parte del grupo de seguidores de Jesús y su doctrina? Es factible. Aunque Jesús nunca dijo de sí mismo “yo soy el mesías”, como argumenta el que está a su izquierda. La tradición le da un nombre al que está a su derecha: Dimas. Y será el primer y único santo canonizado por el mismo Cristo, del cual sabemos fehacientemente que está junto a él en el paraíso. Y, extrañamente, no posee muchos templos a él dedicados en el mundo.
William Edwards, Wesley Gabel y Floyd Hosmer en sus estudios nos relatan que el condenado usualmente iba desnudo a menos que fuera prohibido por las costumbres locales. Debido a que la cruz pesaba más de 136 kilos, solo se llevaba el travesaño horizontal, “el patíbulum”, que pesaba entre 34 y 57 kilos, que era colocado sobre la nuca de la víctima y se balanceaba sobre sus dos hombros; mientras que el palo horizontal, “el estípete”, estaba clavado en el lugar de la ejecución. Usualmente se ataban los brazos extendidos al travesaño. El recorrido al lugar de la crucifixión era precedido por una guardia romana completa, comandada por un centurión. Uno de los soldados cargaba un letrero, “el titulus”, en el cual se exhibía el nombre y el crimen del condenado. En este caso sería el famoso I.N.R.I. Al respecto leemos en Juan 19:20: “Pilato redactó una inscripción que decía: ‘Jesús el Nazareno, rey de los judíos’, y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego”. El titulus era colocado sobre la cruz o colgado del cuello del reo cuando llegaban al lugar de la ejecución. El mayor efecto de la crucifixión era no poder respirar así que la muerte resultaba básicamente por asfixia y por muchos otros motivos colaterales debido a los castigos recibidos. Para prolongar el proceso de crucifixión, una pequeña viga horizontal se fijaba a mitad del estípite sirviendo así como asiento. El reo, al llegar al lugar de su ejecución, era tirado al suelo sobre sus espaldas con sus brazos extendidos a lo largo del patíbulum. Las manos podían ser clavadas o amarradas al travesaño.
El lapso de supervivencia generalmente fluctuaba desde tres o cuatro horas hasta tres o cuatro días, sin embargo los soldados romanos podían apresurar la muerte al partirle las piernas debajo de las rodillas y así al tener las piernas rotas, no podían elevarse para respirar y morían de asfixia. Jesús estaría lacerado, sangrando, los insectos y las aves podían estarlo picoteando; se defecaban y se orinaban. El lugar de la crucifixión de Jesús era el lugar común donde se ejecutaban reos, por tanto el sitio estaba lleno de sangre, de otras ejecuciones, o restos de cuerpos mutilados, sumemos a todo esto el calor y sobre todo siendo mediodía.
La muerte de Jesús sorprendió hasta Poncio Pilato por lo rápido que fue. Esto pudo haber ocurrido sencillamente por su estado de agotamiento y por la severidad de la flagelación. Dicha muerte fue asegurada por una punzada de lanza en su costado.
En la ejecución también está presente José, “un hombre rico” de la ciudad de Arimatea y miembro respetado del Sanedrín. En uno de los Evangelios, José de Arimatea no aparece descrito como uno de los seguidores de Jesús, sino como un judío piadoso que desea asegurarse que su cadáver sea enterrado de acuerdo con la ley judía, que no permite que se les deje expuestos de noche. En el Evangelio de Marcos, José de Arimatea se limita a cumplir con los requisitos mínimos de la ley judía, envolviendo el cuerpo en un paño. Y en el Evangelio de Juan, nos los describe como discípulo y le da a Jesús un entierro honorable en cuyo proceso es asistido por Nicodemo, quien compra una mixtura de mirra y aloe, aromas propios del ropaje de los entierros según la costumbre judía de la época de más o menos 33 kilos. La fragancia de las especias podría contrarrestar el mal olor y retrasar descomposición. La gran cantidad de especias muestra que Nicodemo debe haber sido un hombre muy rico dado que estas especias eran generalmente importadas y eran muy caras. Con tanta cantidad, Nicodemo deseaba para cubrir el cuerpo completamente. Ya en la tumba, José y Nicodemo pusieron el cuerpo de Jesús en una losa y “y lo envolvieron en telas de lino con las especias aromáticas” a la manera de los Judíos de la época de Jesús (Juan 19:40).
Los judíos simplemente lavaban el cuerpo, la ungían con aceite y lo envolvían con las vendas llenas de especias. Sólo la cabeza se deja libre para ser cubierta con un paño especial después de que el cuerpo estaba en la tumba. El rostro estaba envuelto en paños separados. Hacen rodar una gran roca, la sellan. Y así quedó Jesús en el sepulcro.