En la actualidad, la tragedia que padecen millones de venezolanos está a la vista de todo el mundo. Sobran los análisis, debates, comentarios, conjeturas y suposiciones, para tratar de encontrar respuesta valedera a la interrogante que brota como una erupción volcánica, en las rondas en las que interactúa mucha gente preguntándose ¿Cómo es posible arruinar un país inmensamente rico?
Por Antonio Ledezma
Ante tales disquisiciones los voceros del régimen madurista siempre demuestran ser muy diestros en sacar de la chistera «el conejo versátil» como respuesta, explicación y argumento que busca desdibujar la realidad o la verdad de las causas de la tragedia que acusa un país que, ciertamente, ha contado con ingentes recursos minerales y humanos para poder estar viviendo en medio de una bonanza envidiable.
Por ejemplo, actualmente, de 11 millones de niños y adolescentes, solo 6,5 millones están matriculados en las instituciones educativas. Eso significa que la mitad de esas criaturas no están estudiando, como debería ser, sino que muchos se encuentran atrapados en el mundo informal del trabajo infantil, empujados por la crisis económica y social que los tritura en esos millones de hogares acorralados por la precariedad económica. Esos datos los aporta el Monitor de Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales (Desca). Ante tan lamentable panorama la reacción defensiva del régimen madurista no se hace esperar y es cuando aparece en acción la ministra de Educación de la revolución presentando en rueda de prensa «el plan que resolverá ese drama» representado por esos millones de niños que configuran el escenario de la explotación infantil.
¿Cuál es ese plan de la revolución? Pues bien, el de cambiarle el nombre a más de seis mil escuelas para borrar del mapa todo vestigio relacionado con las incursiones de Cristóbal Colón en territorio venezolano. O sea que el culpable de todos esos problemas económicos, sociales, morales, etc., sigue siendo, transcurridos más de seis siglos del descubrimiento de América, la leyenda negra y todo el elenco de imputados como responsables de los males habidos y por haber en nuestras latitudes. Ahora las escuelas modificarán sus epónimos, por ejemplo, en vez de llamarse «Diego de Losada», serán descolonizadas bautizándolas con los apelativos de cualquier líder revolucionario.
La verdad es que en la mayoría de esas escuelas no se cursan más de dos días de clases a la semana. La verdad es que casi la totalidad de las instalaciones educativas están desvencijadas y en consecuencia no ofrecen las condiciones elementales para impartir las clases adecuadamente. La verdad es que han desertado más de 220.000 educadores que no resisten la estrechez económica dependiendo de salarios paupérrimos. La verdad es que las familias no tienen recursos para equipar con sus útiles a esos niños, ni tampoco garantizarles la alimentación adecuada. La verdad es que la causa de esas calamidades está en la despampanante corrupción que ha saqueado los dineros públicos, tal como ha quedado evidenciado en el reciente nuevo robo de más de 23.000 millones de dólares correspondientes a la venta de petróleo, atraco del que ha sido señalado como responsable el zar petrolero de la revolución Tareck el Aissami.
Sin embargo, Nicolás Maduro repite la cartilla que le han enseñado sus tutores castristas desde La Habana: «Estamos así por el bloqueo imperial», se queja el dictador Maduro. Pero no, esa no es la verdad. Hoy Venezuela, lamentablemente, ocupa el puesto número 64 en el reciente ranking mundial de competitividad entre 64 países evaluados por el Instituto para el Desarrollo Gerencial. Todo ese desastre se origina en el empeño de aplicar un modelo económico que no se corresponde con las nuevas realidades, todo ese desmadre se desprende de la ausencia total de seguridad jurídica porque en Venezuela desapareció el Estado de derecho, esa es la verdad que se pretende ocultar.
De allí que la crisis humanitaria representada por esos más de 8 millones de venezolanos que conforman la diáspora más gigantesca del mundo en la actualidad, que no es que emigran, sino que escapan de la muerte segura en un país en donde se violan flagrantemente los más elementales derechos humanos, tiene su epicentro en el saqueo repugnante de miles de millones de dólares y no en el supuesto bloqueo o complot de los imperios pasados y presentes, según arguye Nicolás Maduro.
Han saqueado más de 300.000 millones de dólares. Un solo ejemplo basta para demostrar semejante desvalijamiento de la riqueza nacional: entre Hugo Chávez y Nicolás Maduro dispusieron de más de 100.000 millones de dólares asignados al Fondo para el Desarrollo Nacional (Fonden), ese monto se conformó con dinero proveniente del petróleo venezolano vendido y de préstamos de origen chino. Esa colosal fortuna la regalaron a sus amigotes de Cuba, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Argentina y Paraguay, mientras que la mayor parte se la embolsillaron.
Veamos esta perlita: en 2010 Chávez dispuso de 9 millones de dólares para enviar casas prefabricadas a países amigos como Guatemala, Bolivia, Cuba y Nicaragua; compró acciones de empresas nacionalizadas por 700 millones de dólares y desembolsó 46 millones para un edificio de uso diplomático en Moscú. También en 2010, el Fondo Nacional comprometió 6.100 millones de dólares en iniciativas con el régimen comunista de Raúl Castro, pero sin especificar cuáles.
Dentro de Venezuela anunciaron decenas de proyectos que se pagaron pero que no se ejecutaron, me limitaré a mencionar sólo algunos, como la represa de Tocoma (9.300 millones de dólares). El tren Tinaco-Guatire (4.904 millones). El tercer puente sobre el río Orinoco (2.500 millones). El segundo puente del lago de Maracaibo (2.000 millones). Cinco centros operativos de gas Anaco (3.876 millones. Los Astilleros del Alba (1.200 millones). Esos montos superan por mucho las reservas internacionales y alcanzarían para comenzar a saldar la deuda externa. Esa es la gran verdad que no podemos dejar ocultar.